Península Hiroki: la historia detrás de este paraíso neuquino
El legado japonés que transformó una chacra en un paseo verde emblemático en Neuquén.
En la década del 40, un joven japonés llamado Tomizu Hiroki llegó a Neuquén con un sueño y un propósito: trabajar la tierra en "América". Poco imaginaba que su legado se convertiría en la historia jamás contada de la familia Hiroki y en la transformación de una chacra, que incluía una península, en un paseo emblemático para la ciudad.
Nacido en Ibaraka, Japón, en 1927, Tomizu Hiroki trabajaba incansablemente como cartero en su país natal con un único objetivo: ahorrar lo suficiente para llegar a "América". En 1940, a los 27 años, zarpó hacia Buenos Aires, sin imaginar que su destino sería Neuquén. Al llegar, alquiló tierras para cultivar verduras y, con el tiempo, adquirió una extensa chacra de 50 hectáreas que abarcaba desde la actual intersección de las calles Los Álamos y Boerr hasta la punta de la península que hoy lleva su nombre.
Con minuciosidad y emprendimiento, Hiroki convirtió el terreno en un oasis de frutas, nogales, frambuesas y árboles que servían como defensa del río Limay. Su visión y dedicación lo llevaron a convertirse en su propio jefe, abandonando el trabajo asalariado en una chacra de Burzaco.
La familia Hiroki, compuesta por Tomizu, su esposa Cho Kobayashi, y sus siete hijos, dejó una huella imborrable en la región. La casa de los Hiroki, ubicada cerca de la actual rotonda de la Confluencia, se convirtió en el epicentro de la "Asociación Japonesa del Comahue", que congregaba a la comunidad nipona de la región.
En la década del cincuenta, Tomizu expandió sus actividades a Campo Grande, adquiriendo más tierras que trabajó simultáneamente con las de Neuquén. Sus hijos mayores se hicieron cargo de la chacra original, y la familia continuó contribuyendo al desarrollo de la región.
Con el tiempo, la familia Hiroki cedió parte de sus tierras para el desarrollo del Paseo Costero y la preservación de la Península. Aunque dejaron de producir la península, nunca abandonaron su cuidado, permitiendo que el lugar se convirtiera en un pulmón verde de la ciudad.
El legado de Tomizu Hiroki vive en la península que lleva su nombre, un espacio público que conecta a los neuquinos con la naturaleza y la historia de una familia que, hace casi un siglo, llegó con sueños y transformó la tierra en un regalo para la comunidad.