COMODORO RIVADAVIA (ADNSUR) – Todo comenzó como un complemento para el rugby y una distracción después de varias horas de trabajo. Pero se encontró con la ambición de querer correr más. Esa sed de poder conocer todos los lugares que alguna vez vio en aquellos manuales escolares.

Al comenzar las clases en el Biología Marina se encontró con que muchos compañeros jugaban al rugby. Así llegó al Club Chenque. “Yo vivía solo y ahí encontré una casa, prácticamente me criaron en el club, me enseñaron el respeto, la familia, la salud, el deporte”, aseguró Mario. Y agregó: “el rugby me protegió”. “Me la pasaba en el Club, después de las escuela iba para allá. Los fines de semana iba ayudar a marcar la cancha y eso, entonces cuando no tenía plata para la cuota ayudaba hacer cosas”, recordó el corredor. 

“Terminé el secundario y empecé la Universidad, estaba estudiando geología y un día me voy a pasear a Las Heras, fui a una entrevista en YPF donde me terminan tomando para trabajar en el archivo, entonces viajaba a cursar mientras trabajaba allá", recordó. Pero el amor por el deporte seguía intacto entonces los fines de semanas venía a jugar. “Empecé a correr en la semana para mantenerme en estado”, contó. 

Uno de los tantos días que salió correr, se cruzó con lo que marcaría su vida deportiva: “me cruzo con unos compañeros del trabajo y me invitan a correr con ellos. El primer día corrí 15 kilómetros, al otro día 20, al otro 25 y así fue como me enganché. Era todo a campo traviesa. Los cerros en Las Heras eran mi desenchufe al salir de trabajar”, aseguró.

Y así empezó todo. “Me dedique más que nada a las carreras de autosuficiencia, de supervivencia, en ese ambiente extremo. La montaña, el desierto, la selva, y también fui al hielo”, sostuvo.

Pero poder sumar a su trayectoria tantas carreras era difícil: “carreras tan largas, de supervivencia o carreras de 100 o 200 kilómetros eran impensadas. Yo corría 20 ó 25 kilómetros por día. Iba hasta el cerro más cercano, todos los días, verano, lluvia, viento”. Y en Comodoro,“las únicas carrera que yo corría era en las de Crónica, porque habían cuatro carreras al año”.

LOS DESAFÍOS

En julio del 2004, cuando ya llevaba un par de años viviendo en la ciudad petrolera y como regalo del Día del Amigo, “juntan plata mis compañeros de oficina y me dan un sobre con la inscripción para una carrera de 21 kilómetros en Villa La Angostura, en pleno invierno, en agosto, así que me voy entusiasmado”. Fue así que corrió su primer carrera, “no conocía Villa La Angostura, estaba todo nevado, era una locura, todo increíble”. Ahí fue cuando despertó su curiosidad por conocer más lugares… ¿y por qué no hacerlo corriendo?

Resiliente: vivió solo desde los 11 años, hizo cima en el Aconcagua y cruzó el Sahara

Estando en el ambiente, “empecé a escuchar que había aparecido el K42 en montaña, yo había corrido 21K, el sueño era correr 42 y de montaña… esto era una locura”,  relató.

“Corría todas las carreras que empezaron aparecer en la ciudad, empecé a hacer duatlón, carrera que se corre en bici, kayak, a pie o lo que sea”, aseguró.

A esta altura se convirtió en un estilo de vida y una decisión, porque luego dejó la universidad, “trabajaba porque quería conocer el país corriendo carreras. Ahí empecé a tarjetear pasajes para correr, cada tres meses me pagaba uno. Me he ido en colectivo a Salta, para correr 21 km y volver… estaba más de viaje que lo que estaba allá”, contó.

Una de sus metas era conocer aquella extensión de suelo mendocino, de clima árido y seco, “quería conocer el desierto, empezando porque no sabía que la Argentina lo tenía. Es donde corro mi primer carrera ultra de 100 km, en el desierto de Lavalle en Mendoza”.

En paralelo el rugby seguía siendo parte de su vida en los fines de semana, “empecé jugando de wing (posición donde el jugador tiene que ser veloz para poder dar efectividad en el contra ataque) y me retiré a los 41 años jugando de Hooker(es el jugador que introduce el balón en el medio), con un buen peso más”.

ENTRENAR

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“Pesaba 57 kilos y 62 cuando estaba gordo, entonces mi entrenador me dice: ‘mirá negro, no te puedo tener en cuenta porque sos muy liviano, para ese entonces de wing habían aparecido chicos que eran muy buenos y rápidos, así que le dije ‘bueno, está bien’. Ahí me fui a ver un amigo que era fierrero de toda la vida, y le digo ‘mirá, me pasa esto, quiero jugar de hooker pero tengo que subir de peso’, así que me dijo ‘bueno dale, empecemos a entrenar’”.

Pasó de 62 a 96 kilos en un año y medio. “Entrenaba de Lunes a Lunes y en esa época no existía nada, era todo entrenamiento y comida”, cuando volvió al club aquel entrenador que no tenía lugar, ya lo había encontrado. Al tiempo terminó jugando en la selección Austral de esa posición”, relató. Así fue que corre su primera carrera de 100 kilómetros en el desierto, a seis meses de haberse operado la rodilla después de haberse cortado el ligamento cruzado y con 96 kilos. “Se corrió en etapas, en tres días, con temperaturas de 40 y algo en arena, cosa que para mí, no existía”, explicó Oyola.

LA SOLIDARIDAD DETRÁS DEL DEPORTE

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“En la carrera del desierto nos invitaron a colaborar con donaciones. Entonces yo me hice una campaña y la gente que ya más o menos me conocía me ayudó. Mandamos un montón de cosas, prácticamente un camión de ropa, útiles escolares y comida”, contó.

“Conocí una tribu indígena que vive en el pleno desierto, ‘los telte’, vos los veías y para ellos el agua es oro, pero sin embargo vos pasabas corriendo y ponían una palangana para que te laves la cara, lo que ellos cuidaban como oro te lo daban para que vos te lo tires encima, eso me cambió la cabeza un montón”, es por eso que “empecé a correr tratando de ayudar, decir mira si corro tanto vos me ayudas con un litro de leche, galletitas o lo que se pueda”, reflexionó.

Pero cada carrera concretada le deja su moraleja, “siempre que corría, juntaba útiles escolares y cosas para la gente de los pueblitos donde corríamos y una vez una señora me pidió caramelos porque todos les llevaban ropa, comida pero nunca caramelos, entonces de ese momento corro con una bolsita de caramelos”, asegura Mario.

EL ACONCAGUA

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Subir el Aconcagua. “Sólo me había sacado el pasaje de ida porque no sabía si iba a volver, era consciente de eso”.

Cuando decide preparar el Aconcagua, “durante un año corrí carreras largas y en el medio cada dos meses iba a Mendoza y escalaba alguna montaña, arriba de 3000/5000 metros, para que mi cuerpo se acostumbre a la altura y la presión”. A fines de 2007, Oyola decidió estar para navidad y año nuevo en una refugio de Mendoza, “pasé las fiestas aclimatándome, tenía que subir una montaña para poder mandar feliz navidad y a la media hora volver a subir para ver si respondían”, recordó.

“El 2 de Enero del 2008 salimos para el Aconcagua, hicimos cumbre el 12 de enero, nos llevó 10 días subir, pasaron muchas cosas, mientras subíamos, escuchábamos por radio, hubo un accidente y se perdieron 3 italianos, murió un chico alemán. Había que tener mucho cuidado, era duro. Yo sólo me había sacado el pasaje de ida porque no sabía si iba a volver, era consciente de eso”, cuenta, con  frialdad, la decisión que había tomado.

Se sube en etapas, por ejemplo subir 500 metros te lleva casi un día, se camina muy lento en la montaña por la falta de oxígeno, la presión, todo el tiempo con náuseas, dolor de cabeza”, aclaró.

“El día de cumbre, yo iba cerrando la expedición, y tocaba subir un roquerío de más o menos 5 metros, y como íbamos cerrando el guía de arriba me grita, ‘dale negro, o te vas a quedar como ese´, en eso me resbalo, piso para atrás, y cuando me doy vuelta veo un cuerpo de uno de los chicos que había fallecido el día anterior. Casi le piso la cara, y subí desesperado esos 5 metros”, relata Oyola, sin poder dejar de contar esta anécdota que marcó personalmente su expedición.

 De 9 corredores sólo llegaron 3 a la cima, “yo hice cumbre con 35 grados bajo cero, en la subida nos tocó mucha nieve y tormenta, el frío me quemó toda la cara pero no me había dado cuenta por la euforia de querer llegar, cuando llego era un lugar plano, y veía la pared sur que es una pared de hielo que se ve de costado, la había visto en muchas fotos y videos, pero tenerla ahí era un sueño increíble que se me estaba cumpliendo, además que fui el que mejor llegó físicamente”, aseguró orgulloso.

“Una vez que estaba arriba, listo ya está, me quería volver a mi casa. Y generalmente los accidentes ocurren a la vuelta por la desesperación de bajar. Entonces decidimos bajar la mayor parte del equipo entre el porteador y yo, el 12 de Enero a las 11 de la mañana, llegamos a la base, y el resto del equipo llegó a las siete de la tarde”, pero la desesperación por volver a las comodidades del hogar no podían esperar para Oyola, así que “apenas llegue voy al teléfono público, y con dos monedas de un peso que había guardado, llamé a Ale, mi novia, que hoy es mi mujer, y le digo conseguime el primer pasaje que encuentres de lo que sea, sacame ya de acá en tren, en avión, en colectivo, en algo, me quería volver urgente, quería estar en mi casa”, relató.

“Me consiguió un pasaje en colectivo, llegué a la ciudad de Mendoza a las 5 de la mañana y a las 7 salía el colectivo. Todo el viaje fue pensar en lo que había logrado, en ese momento no tenía consciencia de lo que había hecho, pero cuando llegué acá y me bajé del colectivo, no me conocieron porque había bajado 13 kg y tenía toda la cara quemada, la ropa me quedaba grande”, añadió.

Al tiempo de haber vuelto después de la expedición, en una nota con el periodista César Bersais, “me entero de que soy el primero de Comodoro que hizo cumbre en el Aconcagua, me acuerdo que querían sacar la nota primero porque justo en esa semana había un chico de Esquel intentando la cumbre también. Así que aclaro, siempre digo que soy de Sarmiento pero me crié en Comodoro”.

CRUZAR EL SAHARA

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Siempre que Mario se fija una meta, comienza a prepararse con antelación para llegar con el mejor estado físico entonces, “me voy a correr a una selva, ¿qué necesito fortalecer?, ¿qué parte estaré débil? Entonces empecé hacer cursos o me entrenaba con amigos que se dedicaban a cierta parte del cuerpo o específicos entrenamiento y comencé armar mis programaciones”, contó a ADNSUR cuando la incertidumbre era sobre cómo concretar sus objetivos de la manera en que lo hacía. 

La oportunidad de la carrera apareció porque así la buscaba Mario Oyola, debido a que su curiosidad comenzó tras “una carrera en la tele donde se había hecho en el desierto de Sahara y se había perdido un Italiano, que lo encontraron a los 100 días totalmente deshidratado, en condición totalmente extrema, así que un día lo busqué por internet, lo encuentro, me inscribo, era una organización francesa. Era mucha plata que tenía que juntar, pero igual me inscribí, pensé ‘bueno, me la juego’, tenía un año para juntar y empecé hacer rifas, de todo para llegar”.

El atleta no sabía si llegaría a juntar la plata pero lo que sí sabía es que si llegaba tenía que estar de la mejor manera posible en cuanto a físico. Recordó que “nos tocó un verano de mucho calor. Empecé a correr en las piedras, porque tenía que fortalecer mucho los tobillos, las caderas, correr con mochilas asique me re abrigaba, había tremendo calor y yo abrigado corriendo con campera y mochila”. 

“Me acuerdo que la gente se enojaba y me gritaba, porque estaban tomando sol y yo pasaba corriendo. Ya me había hecho amigos de los guardavidas, así que pasaba y me esperaban con una mochila con hielo, o con un mate y seguía, al principio me preguntaba qué andaba haciendo pero después me esperaban”, deja escapar una risa, recordando sus “locuras”, contó. 

“Después sabía que no podía pasar más de tres horas sin comer algo, una barrita, un puñado de nueces, algo. Antes era muy difícil comprar comida deshidrata. Así que antes de irme pasé por Madrid, a ver a un amigo que era guía de Aconcagua, él me ayudó y me aconsejó, terminando de equiparme allá. Cuando me junto con la organización, éramos 2500 corredores del mundo, sólo cinco argentinos”, explicó Mario.

“Hasta ahora somos veintiún argentinos que cruzamos el Sahara”, exclamó.

EL MONT BLANC Y EL AMAZONAS

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Este tipo de carreras, las llamadas ‘ultra’, sólo se corre una por año y te eligen según tu puntaje."Con la cantidad de carreras que yo había hecho, estaba sobrado porque había corrido muchas  carreras y el cruce del  Sahara me había dado mucho puntaje, pero uno manda la solicitud y va a sorteo”, pero la suerte estaba de su lado porque de diez mil corredores sólo entraban dos mil entre esos él, entonces “listo a juntar la plata, me preparé y me fue bastante bien, un clima durísimo, mucho frío y la montaña en si no la vi, porque estaba todo el tiempo cubierta de nieve y viento pero me fue bastante bien”, cuenta en este extenso diálogo con ADNSUR.

Para comenzar la expedición, “la organización te lleva al corazón del Amazona, y ahí comienzan todos los miedos, me tuve que poner 14 vacunas para poder ir a correr allá, yo sabía que no podía tomar agua de ese lugar, o lo que te da la gente”, explicó Oyola.

En la expedición sólo eran tres argentinos, “muchos abandonaban y entre ellos los  otros 2 argentinos por eso me esperaban en el barco”, dijo.

En cuanto a la carrera, “cruzábamos ríos de 500/600 metros sin saber que había en el agua, la organización cruzaba una soga y vos tenías que cruzar agarrado de eso, de día o de noche, lo que te tocara. Como anecdótico era tirarte al agua esperando refrescarte y estaba caliente,  después te encontrabas con víboras tamaño gigante, o los monos hacían caca en la mano y te la tiraban de arriba”, describió.

Al finalizar, de 180 que comenzaron a correr sólo terminaron cincuenta, y Mario llegó cuarto en la posición general.

EL POLO NORTE

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“Mandé mi currículum a una carrera de 500 millas que se hacía en el Polo Norte, en el norte de Noruega, y nuevamente implicaba juntar plata”, aseguró Mario. 
Comenzó el entrenamiento previo a la carrera, pero esta vez no iría abrigado corriendo por las playas, esta vez debía encontrar el lugar que mayor similitud tenga con el frío… y como hasta ahora, Oyola lo encontró. 

“En el puerto me facilitaron para que corra ahí adentro, porque se podría poner 40 grado bajo cero, después tenía que correr con un trineo que pesaba 50kg atado a la cintura… entonces me ataba cubiertas a la cintura, bajaba y subía cerros con eso”, relata. Cuando llegó el momento, “nos llevan una base militar, acá era con un GPS y un spot donde te veían por donde ibas por internet”, en el camino aprendió muchas cosas como que no se podía usar la luz muy larga porque perdía la noción de las grietas y pozos”, agrega. 
Una de las preocupaciones del corredor era que el hielo se parta y cediera ante su peso, con el grave riesgo de mojarse, debido a que no sabía qué podía llegar a pasar por las tan bajas temperaturas,” una vez se me cayó el trineo en el agua y del susto le pegué el tirón, como dos horas después me di cuenta que casi perdí todo”, detalló Mario.

“Como anécdota, iba corriendo y por ahí veo una silueta de una persona y yo pensaba que estaba alucinando pero no, era un esquimal. Y en mi inglés básico le pregunto, ‘¿qué haces acá?’, y él me dice ‘no no, ¿qué haces vos acá?, ¡yo vivo acá!’”, en ese momento el atleta libera una carcajada con lo que fue un momento totalmente inesperado.
En Argentina, Oyola sigue siendo el único en haber concretado la carrera, “yo alcancé a hacer 198 km, fui el tercero en esa carrera, el primero  fue un chino con 300km y algo, el segundo fue un belga con algo más de 200km. Pero ninguno pudo completar esa carrera hasta el día de hoy”, afirmó.

"MI SUEÑO EN LA ANTÁRTIDA"

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“Allá hay una carrera de 250 kilómetros pero para ir hay correr en el Desierto de Gobi en China, el Desierto de Atacama de Chile, y el Desierto de Sahara en Jordania. Por lo menos dos tenés que correr para que te acepten”, contó. Después del éxito: “Ya había cumplido mi sueño, había pasado y me había probado en los 4 lugares”.

“Me había probado en los 4 lugares, en el Desierto con sus 57° de calor, el Amazona con su 43° y 99% de humedad, la vuelta al Mont Blanc- la carrera más dura de montaña-, había estado en el hielo, el Aconcagua, 5 lugares y mi hija, seis de mis grande sueños”, aseguró el atleta ante ADNSUR.

Después de todo, “mis amigos me insistían que les enseñe pero no me animaba, y un día empecé a dar clases en el cerro y de ser 1, 2, 3 ó 4, pasamos hacer como 70”, cuenta orgulloso. “Existían varias disciplinas por separado, el Crossfit lo que hizo fue juntar todo lo mejor. Acá en Comodoro somos sólo dos profesores oficiales, la disciplina debe tener 10 años pero yo ya me entrenaba hace 20 así, nada más que no estaba patentado”, afirmó.

“Yo quería transmitir la disciplina, la forma de entrenar, no hacerlo tan competitivo, uno por naturaleza lo es, pero uno acá tiene que venir a buscar salud, y lo estético viene como resultado de tu entrenamiento. Es una hora de tu día que le das a tu salud, una hora que te dedicas para vos y a nadie que más que vos”, reflexiona Mario.  “Hoy tenemos chicos con distintas actividades, como complemento para otra actividad es excelente, y las personas grandes lo hacen dependiendo de su condición física pero siempre hay alternativas para dedicarle a su salud”, concluyó Mario Oyola.
 

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