Víctor Suárez, el emblema del colegio Dean Funes que se jubiló y le puso fin a casi 34 años de carrera como docente
Nacido en la localidad de Sarmiento en 1963 y radicado en Comodoro pocos años después, ‘Mota’ le dedicó su vida a enseñar en el Colegio Salesiano Dean Funes y en otras instituciones de la ciudad, siendo formador de grandes profesionales que, al día de hoy, lo recuerdan en cada sitio en donde se encuentran. El profe se animó a dar su primera entrevista con ADNSUR para revivir una etapa inolvidable que tuvo, desde las más fuertes dificultades, hasta esas satisfacciones que las llevará para siempre en su memoria.
Víctor Rubén Suárez es oriundo de Sarmiento, nació un 12 de mayo de 1963 y cuando tenía entre cuatro y cinco años arribó a Comodoro Rivadavia junto a sus viejos. En aquel entonces, Román, su papá, trabajaba para YPF y su familia fue trasladada a nuestra localidad para que pueda continuar con sus tareas en lo que fue un cambio significativo desde muy chico.
Primeramente se establecieron en el barrio de Diadema porque, como suele ocurrir en la actualidad, la ubicación era la ideal considerando que la actividad petrolera se realizaba en el área de Manantiales Behr. En Kilómetro 27 asistió a la escuela local hasta cuarto grado hasta que luego hizo un salto a Próspero Palazzo para continuar con sus estudios primarios.
“En la época que estuve en Diadema había un libro de lectura que teníamos en primaria y aparecía un ‘negrito’ al que llamaban ‘mota’ por los rulos, entonces, mis compañeros decidieron bautizarme con ese apodo, no por los rulos, sino por lo morochito”, cuenta el profesor quien hasta el día de hoy sigue conservando ese sobrenombre característico por el que muchos se acuerdan de él.
El séptimo grado lo hizo en Palazzo hasta casi el final porque nuevamente su familia tuvo que mudarse, esta vez a Kilómetro 5. “Mi familia alquiló toda la vida. Ese grado lo termino en ese barrio, era la época de la autovía, algo que ahora ya no está y tuve la posibilidad de utilizarlo”, recuerda.
Concluido ese último año, tocaba seguir en otra institución y todas las miradas apuntaban a ir derecho con sus estudios en el Perito Moreno, ese colegio emblemático de Comodoro que en aquellos años, dicho por muchos ex alumnos que pasaron por ahí, era lo ‘mejorcito’ para formarse. Lo cierto es que pese a sus ganas de estudiar en ese sitio, finalmente no terminó ocurriendo. “Tenía mucho contacto con la gente del barrio, los chicos, las chicas… La gran mayoría de mis compañeros se iban a ir al Perito Moreno. Mi hermano ya estaba en el Dean Funes, pero yo quería irme al Perito porque ahí iban a estar todos mis amigos. En esa época los padres te decían ‘vos vas donde yo te digo’, entonces vine al Dean Funes. Tuve que dar un examen para poder ingresar, se rendía matemática y lengua: en la primera me fue muy bien y en la segunda no tanto. Entre todas esas materias pude ingresar al primer año”.
“No estaba de acuerdo para nada, no sabía nada de la parte técnica y no me interesaba, simplemente quería ir con mis amigos y donde iban todos. Mi madre tuvo una buena decisión al meterme acá, ahí recién empezó a gustarme la parte técnica que es cuando se da mi ingreso”.
Pero a pesar de su disconformidad al arrancar en la institución salesiana de Kilómetro 3, el día a día logró que se termine encariñando, aunque los resultados académicos no eran los mejores. “Cuando estaba en tercer o cuarto año estaba viendo mis producciones en el taller y pensé que no había sido una mala idea estudiar acá. Ahí fui sacando habilidades que no tenían todos y empezó a gustarme. No era un buen alumno, era muy vago, me gustaba juntarme con los más atorrantes y terminé repitiendo un par de veces por querer dedicarme a divertirme en lugar de estudiar”.
Con 19 años, ‘Mota’ estaba transcurriendo el quinto año y todavía no encontraba esa motivación para ponerse las pilas: “mi viejo y mi vieja querían que estudie, tenía el apoyo de los dos”. Y cuando menos se lo esperaba en ese entonces, ahí es donde su camino se cruza con el de la mujer que hasta el día de hoy es su compañera de vida y madre de tres hijos fantásticos: “en ese momento conocí a Silvia Da Silva, ella tenía 16 y ahí nos pusimos de novios. Fue una buena compañera en ese momento”, admite, mientras los ojos se le llenan de lágrimas regresando a algo que va a llevar en su mente y corazón por el resto de su vida. Es al día de hoy que recuerda con exactitud el tiempo que llevan juntos: ocho años de novios y 34 de casados.
Ya en el año 1983 y con los estudios cerca de completarse, a Víctor le tocó asistir a la cuestionada colimba a la que no se le podía decir que no y era de carácter obligatorio. El tiempo que estuvo ahí fue clave para su formación porque terminó efectuando un giro de 180 grados en lo mental. “Después de Malvinas, me toca el servicio militar y no podía pedir prórrogas para terminar mis estudios. Ya había pedido un año, se podía pedir más, pero cuando lo hice me quedé corto porque me quedó pendiente sexto año. Ahí arranco el servicio y estuve un mes o mes y medio en el campo con las instrucciones del comando en conjunto con el Regimiento 8”.
Ese proceso le terminó marcando a ‘Mota’ un antes y un después que hizo que se dé cuenta de muchas cosas que antes, por ahí, no las tenía en cuenta. “Nunca había estado tanto tiempo afuera pasando frío y hambre, un montón de circunstancias que no había vivido nunca. Ahí es donde uno comienza a valorar la familia, termino haciendo un clic y cambio mi mentalidad: eso de joder, disfrutar la vida y que no me importe nada, sin tomar responsabilidades… Eso lo cambié con el servicio militar”.
“El Servicio, mi mujer y mi familia fueron la parte fundamental de mi cambio”.
“En la colimba me permitieron hacer el sexto año técnico que era el último que me faltaba, hacía guardias todos los fines de semana, estaba en el comando todo el día y a la tarde me liberaban para venir a las clases porque en esa época era a partir de las 17:30”.
Detallando cómo fue esa parte de su juventud y lo caótico que resultó todo para poder llevar a la par sus estudios y el servicio militar, explica: “educación física y taller me las llevaba, eran a la mañana y no me daban el permiso para asistir, solamente podía a la tarde. Con las instrucciones y lo que me ordenaban, no tenía el tiempo suficiente para estudiar y es por eso que termino el sexto año con materias pendientes de la mañana y tarde, junto a dos previas que venía arrastrando. Terminé, pero no estaba egresado, no tenía mi título y era una desventaja, entonces al año siguiente tenía que rendir todas esas materias”.
Pero a muy poco tiempo de ponerle fin a su etapa en la colimba, apareció algo que al principio no le dio tanta importancia, pero que en el corto plazo lo llegó a hacer reflexionar. “Al año siguiente yo seguía en el servicio militar y cuando estaba por salir, no recuerdo si en febrero o marzo de 1984 me decían que desde el Dean Funes me estaban citando, pero no les di bolilla pensando que me estaban gastando. Luego me lo empezaron a repetir varias personas, entonces decidí hablar con mi vieja para saber qué pasaba, a lo que ella no tenía idea. Cuando me acerqué al colegio, estaba el padre Heraclio Moreno que era el director. Él me atiende en su oficina y me ofrece hacer el último año. Casi nadie lo repite, no lo hace nadie, entonces me lo ofrece y le digo que no porque ya lo había hecho y me sentía grande, me daba incomodidad hacerlo con gente más joven y más aun teniendo una mentalidad distinta. Era muy difícil poder acoplarme”.
Con la sabiduría que lo caracterizaba, la cara visible del Dean Funes fue realista y le comentó: “‘Con la cantidad de materias que usted tiene para rendir no se va a recibir nunca’, me dijo. Yo le demostré todo lo contrario y me sugirió que lo piense. Si cambiaba de parecer, me iban a dejar hacerlo en un aula de sexto año. Había pasado abril y estábamos llegando a mayo, entonces pensé que a lo mejor el padre tenía razón. Estaba dando vueltas pensando y lo terminé hablando con Silvia, a lo que ella me dijo que el padre estaba en lo correcto. ‘Cuando me den la baja veo qué hago’, le contesté a ella”.
“Justo el día de mi cumpleaños me dan la baja, un 12 de mayo, de ahí me presenté con Heraclio y le dije que estaba dispuesto a incorporarme a un curso, pero con algunas condiciones: no quería subir al escenario, que no me nombren, que no me llamen para que me den el diploma, no ir a la fiesta y tampoco hacer el viaje de egresados. Simplemente quería sacar todas las materias”.
Con empatía y entendiendo lo que pasaba en la cabeza de ‘Mota’, el padre le dio el OK para empezar con lo que iba a tener un final feliz. “Heraclio me confirmó y me agregó a la lista, pero al día de hoy me pregunto cómo me eligió y por qué me llamó a mí… Nunca tuve una relación fluida con él cuando yo era alumno y hasta llegamos a discutir. Recuerdo que tenía muchas amonestaciones, no era un buen alumno, había muchos llamados de atención y faltaba bastante. Algo vio en mí, pero no sé, todavía me pregunto qué”.
Ya estaba todo preparado y solamente había que poner la primera marcha para finalizar ese último año que tanta presión generaba. Es por eso que los buenos resultados llegaron en cuestión de tiempo. “Empecé las clases en mayo, me incorporé rápidamente y los profes empezaban a murmurar el tener que soportar a este alumno. Yo venía con otra mentalidad, me puse a estudiar porque iba atrasado con los exámenes y arranqué a aprobar todo”, sostiene.
“Todos me empezaron a mirar diferente porque me había puesto las pilas. En julio, vacaciones de invierno, tenía dos materias previas y existían tres semanas de receso. Me pongo a estudiar en casa cuando vivía en las 1008 viviendas, me levantaba a las ocho y mis viejos no lo podían creer. Comía, continuaba hasta aproximadamente las 20, cortaba, volvía a comer y me acostaba”. Y todo esfuerzo tuvo su recompensa: “las tres semanas las estudié, vine a rendir y las saqué a todas”.
A raíz de mostrar su ‘nueva versión’, Mota se sintió muy motivado para darle inicio a una carrera universitaria en la que mostró resultados asombrosos: “me gustó estudiar y comencé ingeniería mecánica en 1985 en la universidad local, ya tenía 22 años y todos eran de 17-18-19. Cuando comencé me fue bárbaro, metí todas las materias de primer año, menos algunos finales… Hice segundo, tercero, cuarto y quinto, pero se me acumularon varios finales porque también trabajaba”.
Pero en el mientras tanto aprovechó para trabajar y dar sus primeros pasos en la docencia, sin esperar lo que iba a terminar sucediendo mucho más adelante: “hice de todo, di clases de alfabetización, era maestro particular porque siempre me gustó, trabajé en un taller mecánico, andaba por los barrios alfabetizando y también estuve en un hotel: entraba a las cinco de la mañana y salía a la una de la tarde”.
Y no todo era estudiar y laburar porque además jugaba al fútbol, deporte en el que la rompió aun hasta cuando estaba cerca de los 50 años. En un ‘mezclado’ junto a su hijo Nahuel y sus amigos, muchos vieron con claridad cómo se animó a tirar una chilena delante de todos, generando que queden asombrados por su notable rendimiento.
Su carrera y lo laboral marchaban por un buen camino, y fue aún mejor cuando se animó a tomar una decisión que en la actualidad no suele ocurrir con frecuencia: “como todavía tenía mi noviazgo decidimos formalizar, pusimos fecha y nos casamos: tenía 26 años y Silvia 23, nos fuimos a vivir juntos y tuve que laburar mucho más porque había que pensar en el alquiler”.
Más adelante surgió un nuevo cambio radical en su vida del que probablemente no se esperaba, pero que al enterarse lo tomó con mucha felicidad. “A los dos años ella quedó embarazada de Kevin, mi primer hijo. Hasta ese momento estudiaba y trabajaba, pero veía que la parte económica no alcanzaba, entonces decidí dejar ingeniería porque para mí, lo más importante es mi familia, decidí por eso”.
Haber traído a Kevin al mundo no fue tan sencillo como parece porque ahí también se produjeron inconvenientes que se pudieron resolver como si hubiera sido un milagro: “su nacimiento fue lo mejor que me pasó, nosotros en los primeros años estábamos con estudios porque mi mujer no podía quedarse embarazada y queríamos conocer por qué. Después de unos años nos fuimos de vacaciones con mi familia y la pasamos bárbaro. Cuando volvemos nos encontramos con que quedó embarazada en ese relajo de disfrutar. Al año y medio llegó Nahuel (su segundo hijo), en una diferencia no tan distante”.
“No me arrepiento de haber dejado ingeniería porque me ayudó muchísimo para enseñar. Cuando suelo tomar decisiones, no pienso en lo que dejé atrás, por algún motivo uno toma la decisión y tiene que mirar para adelante, no me gusta decir ‘uh, por qué no terminé la carrera’”.
Con múltiples trabajos, casado con su gran compañera de vida y recientemente en ese momento con sus dos hijos, la perspectiva de ambos pasó a ser otra: “lo primordial son los chicos. Si tenía que trabajar 24 horas, lo hacía, pero cero quejas porque mi familia lo necesitaba. Era todo para mis chicos y para mi mujer, trabajar no era ni es un peso para mí”.
“Trabajé siempre desde las siete de la mañana hasta las diez de la noche: daba clases particulares, estuve en varios colegios como el Leonardo Da Vinci y la Escuela de Petróleo. También di capacitaciones en PAE, Skanska y Petrosar… Preparábamos a los petroleros con la parte básica de matemática y física”.
Su llegada al Dean Funes, esta vez como trabajador
“Entro en septiembre de 1991, vengo porque uno de los profes dejaba y se iba a una empresa, entonces Gustavo Sendra me hace entrar. En ese año estaba como director el padre Benjamín Stocchetti, recuerdo que me dijo la frase ‘hasta que no te jubilás, no te podés ir’. A los dos meses vuelve el titular y me toca irme. Recuerdo que le comenté a Gustavo ‘no se cumplió tu frase’, entonces el padre me dijo que me iban a volver a llamar. ‘No me van a llamar más’, pensé, porque eso lo dicen en todos lados. En marzo del 92, Stocchetti me confirmó que había un lugar libre en el área de mantenimiento: le dije que sí. Fui, hice los papeles y desde esa fecha hasta la actualidad estoy acá, pasaron 33 años, casi 34”, describe con cada uno de los detalles que todavía lo emocionan.
El trabajo en el colegio salesiano no le resultó difícil de arranque porque ya venía con muy buena experiencia para enseñar y sentarse a explicarle a los jóvenes lo que él quería transmitirle para que se transformen en grandes profesionales. “Cuando comienzo con la docencia acá, yo ya venía de dar clases cuando era estudiante universitario, era algo que me apasionaba. Cada vez que me cruzaba con los padres me agradecían y les daba todo mi empeño para que les vaya bien. Siempre hay un porcentaje en el que a los chicos les va mal porque no se prepararon bien o los traicionan los nervios… Nunca se puede al 100%, pero sí tenés una gran mayoría a los que les va bien, creo que uno piensa que está haciendo las cosas correctamente”, analiza.
Siempre intentando mantener la armonía y que el espacio de aprendizaje sea lo más llevadero posible, revela cómo era ese mensaje que le hacía llegar a los alumnos para que trabajen en equipo con él en silencio y con el debido respeto: “mi explicación a los chicos es ‘me gusta dar clases, les voy a explicar todas las veces que sea necesario, pero necesito que no hablen o hagan mucho ruido porque yo me distraigo. Quizás ustedes no, pero si necesitan algo pregúntenme respetuosamente que nos vamos a llevar de la mejor manera. No me sale enseñar cuando hay un desorden’.
“Uno no solo transmite una materia, sino también valores y responsabilidades. Ellos tienen que vivirlo, no solamente que el profe les diga lo que tienen que hacer y lo que está bien, sino que vean que el profe lo hace. A mis clases llego primero y entrego todo en términos. Soy el primero en tratar de cumplir y enseñar con el ejemplo, no con la palabra”.
Conforme pasaron los años y cuando menos se lo esperaba porque estaba cumpliendo con su deber en el Dean Funes, Silvia llegó de la nada y lo sorprendió con una hermosísima noticia, en esos momentos en donde los celulares no tenían ese rol importante en la sociedad. Ahí es donde ella le hace el anuncio oficial de la llegada de su tercer hijo: Lautaro: “él aparece casi después de nueve años de Kevin y Nahuel, recuerdo que Silvia apareció en el colegio cuando era preceptor en el colegio y cayó con un Evatest para mostrarme que estaba embarazada”.
Con Kevin ya independizado y trabajando de lo que más le gusta, y Nahuel estudiando la carrera de psicología en la Universidad Nacional del Comahue a muchos kilómetros de Comodoro, el tercero de los Suárez tuvo mucha llegada a sus viejos y es algo que al día de hoy destacan tanto Víctor como su mujer: “Lautaro es el que más nos acompaña y hoy estudia una carrera universitaria, se recibió en este colegio y fue primer escolta”.
“Con mis chicos hay cero quejas, son mi vida”
Ante todas las cosas como profesional se encargó de dar el ejemplo, pensar en el otro y ser muy honesto como estilo de vida: “mis hijos me vieron trabajar toda la vida, también estudiar, corregir pruebas hasta las cuatro de la mañana, levantarme a las seis para ir al Dean Funes y no faltar por eso ni cualquier cosa. He venido a trabajar con un brazo enyesado por 40 días y no quería dejar de faltar porque terminaba complicando a otro compañero. En ese momento yo me había lesionado por jugar al fútbol. No lo hice trabajando, fue jugando, y no quería comprometerlos a ellos”.
“Este colegio es como mi casa y era como fallarle, yo no quería hacerlo, no estaba en mi cabeza. Siempre que pude vine a trabajar, cuando falté es porque no podía venir, jamás le busqué la excusa”.
Por ahí muchos trabajadores inician la cuenta regresiva para finalmente ponerle punto final a la vida laboral, pero este no fue el caso porque siguió dando lo mejor de sí hasta el final de todo: “La jubilación no pasaba por mi cabeza, hago mi día de trabajo en donde sea con la misma responsabilidad y las mismas ganas”.
En un hecho aparte al cumplir los 53 años, pensó que ese iba a ser el momento de retirarse, pero por algo, el destino quiso que se estire ese final. “Me presenté en Anses, porque tenía parte de lo trabajado en Nación y en Provincia. Llevé mi carpeta completa y cuando miraron todo me dijeron que tenía que volver dentro de siete años porque en Nación uno se jubila a los 60, no a los 53 como sí pasa en Provincia. Ahí me mentalicé con que tenía que seguir sin pensar en el conteo porque estaba haciendo en lo que más me gusta”.
Un poco cerca de la actualidad, precisamente en 2023, fue presentando los papeles de a poco y en agosto de ese año le habían recepcionado la documentación para luego esperar un poco más por la decisión de la institución. “Los que se jubilan por Nación tardaban entre cuatro y cinco meses, yo calculé diciembre”, señala, sin creer que iba a tener una notificación rápida. “De golpe me dijeron que el trámite había terminado y cuando fui a averiguar era todo verdad. Ya en 2024, desde Anses me dicen que tenía que renunciar el último día de octubre para hacer el mes completo. Ahí me mentalicé que me tenía que ir del Dean Funes y el Domingo Savio para el 31 presentar la renuncia. Todos me decían de terminar el año, pero yo soy fiel a lo que dije alguna vez: el día que llegue (la jubilación), me voy, sea marzo, abril o julio. Hay que darle paso a la gente más joven”.
Algunos meses atrás, terminó recibiendo el visto bueno de Anses y ahí dio inicio a la cuenta regresiva: “todo el mundo estaba feliz cuando salió mi jubilación por todo el tiempo que estuve acá adentro, es un momento de descansar y hacer un montón de cosas que antes no pude porque estaba trabajando. Ahora quiero salir a recorrer mi país, caminar, compartir con mi familia y cosas básicas que no las hice porque siempre estuve ocupado. Voy a disfrutar, no estaba planificando ni nada. Estuve casi 20 años sin tener vacaciones porque trabajaba todos los veranos y vacaciones de invierno en las academias. No me arrepiento de nada de lo que hice, tomé las mejores decisiones”.
“Me voy conforme de la institución, termino feliz porque me dieron trabajo y siempre que tuve un problema me dieron respuesta. En este oficio me tocó tener encontronazos con maestros y a pesar de eso, ellos mismos van a ir a mi despedida. Eso quiere decir que fueron momentos de enojo por el trabajo, pero nunca dejamos de lado la amistad y el compañerismo”.
Por último, hizo un breve repaso de su increíble trayectoria en el colegio del cual se retiró por la puerta grande y de lo que Stocchetti le había asegurado que iba a ocurrir allí por el año 1991. “Cuando voy al Hospital Alvear me encuentro con Gustavo Blanco, que fue alumno mío y que hoy es cirujano. Te ve y te dice ‘profe, ¿cómo anda?’. Con eso uno se da cuenta que le llegó a todas esas personas. Muchos se acuerdan de su paso por este colegio y no se olvidan de uno. Tenemos ingenieros, abogados, jueces y un montón de profesionales por todos lados”.
Víctor Suárez se jubiló el pasado jueves 31 de octubre tras casi 34 brillantes años como docente, acompañado por sus compañeros, amigos y por Silvia, Kevin, Nahuel y Lautaro, sus pilares en el día a día.