Trabajó 10 años en el petróleo pero se cansó, se mudó a la Cordillera y abrió un food truck de sándwiches que la rompe en El Hoyo
Martín Lastra tiene 42 años y toda su vida vivió en Comodoro Rivadavia hasta que en 2016, cansado de no poder pasar tiempo con su familia, decidió mudarse a El Hoyo y comenzar una nueva vida en la cordillera. Sin saber qué iba a hacer, pero con la convicción de que era el camino correcto, abrió un carro de comida y ahora la rompe al costado de la única estación de servicio del pequeño pueblo chubutense: una historia de emprendedurismo, petróleo y familia.
“Yo sabía que algo iba a hacer pero no tenía idea de qué iba a trabajar”, confiesa Martín Lastra y vuelve al pasado rompiendo las barreras del tiempo con los recuerdos. Era el año 2016 y estaba cansado de la rutina en Comodoro. Su vida en el petróleo tenía cosas buenas, pero faltaba algo esencial para poder estar conforme: pasar más tiempo con su familia. Así, decidió dejar la ciudad del viento y mudarse a la cordillera, un paraíso chubutense que cada vez más personas eligen.
Pasaron más de 8 años de aquel 11 de mayo y hoy el presente les muestra a Martín y a su familia un paisaje distinto. Ya no trabaja todo el día, no teme salir a la calle y vive en un lugar donde la actividad cesa a las 14 y se reinicia a las 17, algo impensado en una urbe industrial como Comodoro Rivadavia.
Son casi las 3 de la tarde, es plena temporada y el sol pega fuerte en el ingreso a El Hoyo. Al costado de la ruta, muchos viajeros se detienen a cargar combustible y ahí está él con su food truck como una invitación para hacer un alto en el camino y descansar de tantos kilómetros.
El menú ofrece un amplio abanico de opciones: hamburguesas de distintos tipos, sándwiches de ternera, pero también braseado de cerdo. Martín invita con la pregunta, sin imaginar que ese sándwich por un rato lo va a traer de nuevo a Comodoro.
“Hace cinco años que estoy acá, pero soy de Comodoro. Nacido y criado, hasta el 2016 que me vine a vivir acá”.”, dice ante la consulta.
“Allá trabajaba en el petróleo y vivía en las 1008. Mis hijos eran chiquitos y salían cuando estaba de franco sino estaban todo el día en la casa. Estaba cansado de ese trabajo porque no me daba tiempo para nada, y un día con mi señora tomamos la decisión de venir a vivir acá para el Hoyo, así que dijimos ‘nos vamos’ y largamos todo”.
Martín admite que siempre les había gustado la cordillera. Era el lugar que elegían para vacacionar y fue la primera opción que apareció cuando decidieron darle un giro a su vida. Como cuenta, “querían que los chicos se críen de otra manera”. Así, con sus sueños a cuestas se fueron a la cordillera sin saber de qué iba a trabajar.
A la distancia admite que “sabía que algo iba a hacer”. No sabía qué, pero tenía la certeza de que trabajo no iba a faltar. A fin de cuentas, toda su vida, desde adolecente lo había hecho.
Con orgullo, recuerda que en su vida “solo le faltó vender diarios”. “Hice de todo. Fui panadero en La Anónima 9 de julio, en la Fueguina y Barile, y trabajé de parapalos en el bowling, en la galería Paseo del Sur. También hice labores de pintura y trabajé en un vivero”.
Precisamente trabajaba en ese vivero de la calle Clarín cuando surgió la posibilidad de ingresar al petróleo. “Un día estaba laburando y me llamaron que me tenía que presentar en DLS. Yo había dejado currículum, ellos sabían que estaba buscando trabajo. No tenía un peso, pero pedí permiso y me fui caminando hasta la base y ahí empezó mi vida petrolera”.
En ese tiempo, Martín solo quería tener su casa, su auto y un futuro prometedor, algo que le ofrecía ese trabajo que muchos jóvenes eligen cuando terminan la secundaria.
Comenzó trabajando en Terminación, en los equipo de torre, y el salto fue abismal. “Pasé de cobrar 700 pesos por quincena a cobrar como 8000 pesos por mes. Cuando entré dije ‘esto era lo que yo quería, acá me tengo que jubilar’, pero pasaron cosas”, dice entre risas.
Es que la plata no era problema, el problema era el poco tiempo que tenía para su familia. Se perdía muchas cosas, y poco a poco comenzó a pensar en la posibilidad de acceder al retiro voluntario hasta que finalmente se decidió.
DE COMODORO A LA CORDILLERA
Un mes pasó entre que Martín confirmó su intención a la compañía y recibió la propuesta final. Así, finalmente el 11 de mayo de 2016 se fueron a El Hoyo. “Nos vinimos y dejamos todo. No tenía idea de qué iba a trabajar, es más, nunca había trabajado en cocina. Primero queríamos buscar un local pero vimos que acá funcionaba solamente en la temporada y que en invierno es medio tranqui, y se nos ocurrió la idea de comprar el food truck y ahí arrancamos”.
El primero de junio de 2018 Martín y Felisa abrieron el Food trucks. Comenzaron con lo básico, pero poco a poco fueron mejorando su menú hasta llegar a las opciones que hoy ofrecen al costado de la ruta.
“Empezamos re básico, solamente hacíamos lomito, milanesa y hamburguesas Paty, pero con el tiempo le fuimos agarrando la mano y de a poquito fuimos cambiando. En esa época todos hacían hamburguesas Paty pero yo venía con la idea de hacer hamburguesas caseras y variedades. Al principio hacía de las dos, porque la gente pedía Paty, pero un día dije ‘voy a vender hamburguesas caseras y el que quiera comprar, que compre’. Ahora la gente se re acostumbró y le re gusta”.
El trabajo es compartido. Él atiende, compra la mercadería y Felisa se encarga de los panes, el cuidado de los chicos y los accesorios que necesita para trabajar.
Por suerte cada año les va un poco mejor y sueñan con seguir progresando.
“A la gente le gusta porque es todo casero, desde el pan hasta las salsas, las hamburguesas, es todo elaboración propia. Lo único que compramos son las papas. En la temporada estoy más en el carro que en mi casa, porque también tengo que hacer las compras pero hay que animarse a emprender, una vez que laburás para vos y no laburás para nadie más, cambia todo. Manejás tus tiempos, eso es lo mejor. Solo hay que ponerle ganas y ser responsable, porque yo cumplo mi horario como si tuviera jefe”.
Esa es la clave: el ingenio, las ganas y también la fortuna. Por estos días, Martín sigue a full en su carrito de comidas. Mientras tanto, planifica aquella cervecería que quieren abrir en El Bolsón. Está contento, feliz de disfrutar del paisaje, su familia y su tiempo, porque como dice “lo que gané en tranquilidad no me lo paga nadie”.