Doly y Pedro, el matrimonio que fue pionero en huertas orgánicas y hoy abastece a los principales restaurantes de Comodoro
“Yo pensaba que era como en el norte, que uno pone una planta y se cría. Pero no, acá es muy duro el suelo”, dice Doly y no puede evitar emocionarse al recordar aquellos años en que empezó a construir su granja en kilómetro 14. Ella, junto a su esposo, Pedro, y su hijo Yamil son los propietarios de El Tamarisco, un emprendimiento que abastece con vegetales y frutas orgánicas a restaurantes de Comodoro y Rada Tilly, un festín de sabores que da está tierra.
“A mí me da una satisfacción cuando viene la gente y le gusta comer de la planta. Es lindo, uno se queda con esa alegría. Es algo muy hermoso”, dice Doly emocionada mientras mira su plantación de tomates.
El lugar parece ser otro punto del país, el norte quizás, donde crecieron Doly (70) y Pedro (84). Sin embargo, es el Kilómetro 14 de Comodoro Rivadavia, a pocos metros de la Ruta Nacional N° 3, allí donde hace unos funciona Huerta Los Tamariscos, una granja que abastece a restaurantes gourmet de la zona.
Doly del Valle Silva y Pedro Laso son oriundos del norte del país, pero hace más de 50 años viven en Comodoro. “Vine en el año 60 y esto era todo campo, acá no había nada”, recuerda él, quien fue el primero en llegar.
El hombre vino de Pituil, La Rioja, buscando el progreso. Sus inicios fueron en Astra, hasta que un día, cinco años después que llegó, lo echaron junto a 80 operarios por una crisis en el petróleo.
Pedro aún recuerda esos días y la desolación que había en la zona norte de Comodoro. “Irse de Astra a la ciudad era como irse a Trelew, el único medio de transporte que había era la chanchita y no había otro colectivo. Todo muy distinto a lo que es ahora”.
Pedro tiene razón. Hoy Comodoro creció hasta el kilómetro 17 y la cercanía con Astra, la última población de la zona, es cada vez más pequeña, con cientos de personas que poblaron este sector donde la actividad rural pisa fuerte.
En su caso, Doly y Pedro llegaron a Kilómetro 14 en la época del 2000. Cuenta ella que cuando murió su madre decidió buscar un terreno para poder despejarse por la pena que sentía.
Por ese entonces vivían en Próspero Palazzo y cada vez que podían recorrían los 7 kilómetros que separaban su casa con lo que hoy es la chacra; un pedazo de tierra en medio de la desolación, en ese entonces.
“Cuando en el año 2000 hemos venido para acá, no había nada, era todo campo”, recuerda Doly. “Me acuerdo que quería hacer las cosas para poner las plantas y era muy dura la tierra. Lloraba porque no podía terminar de hacer las cosas y ya venían las máquinas y yo no terminaba. Así hemos luchado con todo eso, hasta que empecé a tener gallinas, árboles frutales y plantitas de toda clase. Pero yo pensaba que acá era como en el norte, que uno pone una planta y se cría. Pero no, acá es muy duro el suelo”.
Doly, en su caso, llegó a Comodoro una década después que Pedro. Se conocieron en Belén, Catamarca, de donde ella es oriunda. “Nos hemos casao y me ha traído”, dice entre risas, al recordar cómo fue su historia de amor.
Cuenta que un día Pedro acompañó a su tío a vender cosas al norte del país y en Catamarca la conoció en el comercio que ella tenía. “Nos hemos conocido tres horas, él se ha venido para acá y yo me he quedado allá, y después nos escribíamos, viste que antes no había teléfono. Y un día me dijo si me quería casar con él”, dice riendo.
Eran épocas muy distintas donde no existían las app de citas ni Whatsapp y el teléfono de tubo era para unos pocos. Así, Doly vino a vivir a Comodoro con aquel hombre que le prometió amor y compañía.
En ese entonces, Pedro ya trabaja en Petroquímica, la cementera donde comenzó cargando bolsas y se jubiló como mecánico de flota liviana.
Cuando compraron el terreno todavía estaba en la empresa. Y una vez que se jubiló, en 2005, se dedicaron de lleno a la tierra.
“Cuando recién vinimos era prácticamente campo, no había nada. Para poner verdura tuvimos que poner tierra volada, porque acá no entraba la pala, nada, ni para poner un caño. Me acuerdo que habíamos pasado un tractor para que pase el arado y nada, a los saltos andaba el tractor. Pero empezamos de a poquito, poniendo plantas, haciendo algo para poder quedarse acá. Prácticamente lo que hay allá es lo que queríamos tener acá”.
En la granja, Pedro y Doly tienen de todo, desde tomates hasta morrones, ají, acelga, zapallitos turcos, pepinos, tomates cherry amarillos y rojos, flores comestibles, acelga arcoíris, ciruelas, damascos, peras, uvas y membrillo.
Con orgullo cuentan que siempre les tiró viajar al norte en la época de la cosecha. Sin embargo, ahora están disfrutando. “Acá es como lo que siempre vimos allá, porque acá tenemos de todo”.
Y es cierto, los Tamariscos creció tanto en los últimos años, gracias al impulso que le dio Yamil, el hijo de Doly y Pedro, que en la actualidad abastece a los principales restaurantes gourmet de Comodoro y Rada Tilly. Por esa razón ya no participan en ferias de productores, porque el stock no alcanza para poder dar respuesta a toda la demanda.
Sus frutas y verduras son tan buenas que incluso son utilizadas por chefs que llegan a Comodoro para participar de diferentes eventos gastronómicos. Por ejemplo, Dolly Yrigoyen, este sábado utilizó productos de la granja, y alguna vez también lo hizo Pedro Lambertini, quien visitó el lugar y dijo una frase que aún retumba en los oídos de Pedro: “Estos sí son tomates”.
Hoy la huerta se encuentra en otra etapa. Doly y Pedro encabezan, pero la punta de lanza es Yamil, quien le dio una vuelta de tuerca al emprendimiento apostando a las redes sociales y llegando a nuevos lugares para que conozcan sus productos. Este fin de semana, por ejemplo, la granja está en el Festín de Sabores y durante el año recibió a alumnos de escuelas quienes aprendieron que es posible sembrar y cosechar en esta tierra vinculada al petróleo y a la aridez del cerro. Su sueño es que Los Tamariscos se convierta en un espacio cultural, de encuentro, donde la gente llegue y disfrute de un entorno único.
Por supuesto, llegar a este presente no fue fácil. Doly y Pedro recuerdan los primeros años en que los tomates no crecían, los cursos que tomaron con el ingeniero Fernando Pia y aquellos ventarrones que volaban las frutas. Sin embargo, como dice Pedro “la satisfacción es muy grande”. “Nos conoce mucha gente y eso vale mucho para uno, además, pudimos tener lo que siempre tuvimos en nuestra infancia”, cierra, emocionado, sabiendo que en Comodoro también se puede plantar.