“El peluquero de hoy es todo a máquina, antes era diferente”, dice Ricardo, sentado en el sillón de tres cuerpos que hace un tiempo adorna su renovada peluquería. Son casi las 12 del mediodía y el hombre mira por la ventana. De fondo se ve Kilómetro 3 y el cerro, esa imagen que tanto lo hace acordar a su querido Portezuelo.

Ricardo Barros es catamarqueño de nacimiento y corazón, pero comodorense por adopción. Tenía 20 años cuando viajó por primera vez a esta ciudad, sin imaginar que poco a poco se iba a convertir en su hogar. 

Es que le costó encariñarse con Comodoro; sin embargo, el tiempo, el amor y los afectos lo dejaron en este lado del país. Hoy, con 80 años, sabe que es su casa: el lugar donde hace más de 50 años atiende su propia peluquería, quizás su lugar en el mundo.

“Yo vine a finales del 64, tenía 20 años, recién salía del servicio militar y mis hermanos me trajeron para que trabaje en YPF. Pero yo no vine a trabajar, vine a acompañar a una cuñada que se había operado en Catamarca y tenía un nene de cuatro años. La habían operado de vesícula y en esa época, ¿vio?, le cortaban toda la panza. Así que vine a acompañarla, pero ya estando acá mi hermano quería que entre a YPF”. 

En esa época, mucha gente venía del norte del país a buscar trabajo a la petrolera estatal. No era un fenómeno casual, sino parte de un proceso de nacionalización que había empezado durante la administración de Mosconi y que se había extendido en el tiempo. Así, hoy, en Comodoro, es muy común encontrar gente que vino del norte para trabajar en el petróleo.

Como cuenta Ricardo, él fue uno de ellos. En esa época, sus hermanos estaban  en la zona y querían que él ingrese a la petrolera estatal, pero el destino quería otra cosa y la imposibilidad de ingresar lo llevó a buscar otro camino. 

“Como ese mes no hubo ingresos, no sabía qué hacer. Pero un día estábamos ahí al frente con un tío y me pregunta ‘¿vos no sos peluquero?’, ‘Sí’ le digo, yo. Estábamos conversando y me dice ‘esperame’. Yo no sabía que acá había una peluquería y cuando volvió me dijo ‘vení conmigo’”.

Cuando lo cuenta, Ricardo se ve ingresando de nuevo por primera vez a Supeh, aquel histórico edificio que se encuentra en Kilómetro 3, frente a un supermercado y el Destacamento de Bomberos. Recuerda que entró y estaba lleno de gente. Carlos López era el peluquero. Enseguida lo probó y le dijo que al otro día comenzaba a trabajar.

Cuando lo recuerda, la nostalgia llena por completo la peluquería. “Carlos López era buena persona y buen peluquero. Tenía la concesión acá, trabajamos como 8 años y después se fue, porque tuvo una diferencia con la administración”.

Ricardo en sus primeros años como peluquero.

Ricardo admite que aquellos primeros años fueron difíciles. Quería irse, no le gustaba Comodoro y extrañaba aquel pintoresco pueblito famoso por la cuesta de Portezuelo. Es que nunca su intención fue quedarse. Cuando comenzó a trabajar en la peluquería pensó ‘me quedo un año y regreso’. Al año y medio recién volvió a sus pagos, pero otra vez regresó a Comodoro y compró un terreno para hacerse una casa.

Por ese entonces ya había conocido a Angélica, su esposa y madre de su única hija, la joven que le dio dos pequeños nietos. “Mi intención era quedarme un año, pero me seguí quedando y cuando compré el terreno, vine y empecé a hacer la casa. En un momento también pasó que se fue mi compañero que tenía la concesión y me llamaron a mí para que me haga cargo, con las mismas condiciones”.

Ricardo cuenta que eran tiempos de mucho trabajo. "Todo esto estaba lleno de gente. En esa época de YPF no se podía trabajar solo. Si éramos tres no dábamos abasto. Ahora trabajo por deporte, por no quedarme en casa”, recuerda entre risas.

Ricardo junto al sillón que lo acompañó toda la vida.

Era una época distinta. Los cortes de pelo eran distintos, también la forma en que se cortaba y lo que representaba ir a la peluquería, el espacio de los hombres en una época en que aún se fumaba dentro de los locales. Ricardo lo sabe. “Cambió mucho, hoy cualquiera es peluquero, antes no, la gente exigía. Siempre se afeitaba la gente y hoy es diferente, no todos saben manejar la navaja, es solo máquina. Lo mío no, yo trabajo con tijera, navaja, máquina, tengo clientes jóvenes y viejos, mis compañeros tienen más clientes jóvenes, pero me llevo bien con ellos, yo tampoco me hago problema. Yo le hablé clarito cómo era, así que nos llevamos bien”. 

DE PELUQUERÍA A BARBERÍA

Hace un año, Ricardo estaba pensando en bajar la persiana cuando conoció a Sebastián, un barbero de la nueva época. Comenzaron a trabajar juntos y, como primera medida, renovaron la peluquería. Así, hoy se puede ver un sillón antiguo que Ricardo defiende a capa y espada, y dos sillones modernos que se combinan con otros muebles que tienen el estilo de una barbería.

Así, cada mañana el hombre llega a la peluquería y atiende a sus clientes como hace todos los días desde hace 50 años. A la tarde llegan sus compañeros y el trabajo continúa en conjunto.

Don Ricardo atendiendo a un cliente. De fondo la ventana que mira a la plaza de Supeh y el cerro, aquel lugar que le recuerda sus pagos.

Don Ricardo admite que disfruta lo que hace, pero también sabe que en algún momento va a largar el oficio. “Creo que este año es el último”, dice con tranquilidad. "La familia me pregunta ‘¿hasta cuándo vas a continuar?’, ‘¿por qué no te quedás con los nietos?’, así que pienso que será este año. Pero esto es lindo. Las amistades que uno hace, la gente con la que uno trata. Tengo un cliente al que le corté el pelo a los 20 días de nacer y ahora tiene 54 años y todavía le corto. Nunca se cortó con nadie más. La gente es buena, mucha gente provinciana, ahora la juventud también. Son respetuosos, debe haber alguno por ahí, pero yo siempre trabajé con gente respetuosa y que respeté, así que veremos”, dice Ricardo. 

Un cliente espera, hace cinco minutos cruzó la puerta y le preguntó a Ricardo si ya se iba. Él lo invita a pasar y le empieza a cortar el pelo, como lo hace más de 50 años en su peluquería, aquel lugar, donde al mirar por la ventana se encuentra con Portezuelo, el pueblito en el que comenzó su historia.

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