Las Damas de Rosa, el voluntariado que hace 35 años contiene y asiste a pacientes internados en el Hospital Regional
Son 22 mujeres de diferentes edades que todos los días asisten a pacientes que se encuentran internados en el Hospital Regional. Muchas veces son el oído que los escucha, la asistencia que necesitan para contar con algún elemento de higiene y también la compañía en los momentos más duros de la internación. Historia de un grupo que necesita seguir creciendo para continuar ayudando.
“Ese ratito quizás para el paciente significa la única persona con la que habló en el día, y para mí quizás fueron cinco minutos, pero a ella le cambió el día”, dice Patricia Garbuglia, tratando de ejemplificar con palabras lo que significa para muchos pacientes la contención que encuentran en las Damas de Rosa, el voluntariado del Hospital Regional de Comodoro Rivadavia que por estos días está de fiesta.
El último 4 de abril, el voluntariado cumplió 35 años de vida y este domingo lo celebrará con una actividad que refleja lo que mejor saben hacer: ayudar para contener a los pacientes.
El Estadio Socios Fundadores será el escenario de una actividad solidaria con la que buscan reunir fondos para el servicio de Alimentación. Lo recaudado será destinado a la compra de bandejas isotérmicas que permitirán trasladar comida con buena temperatura y, si alcanza, también se adquirirá una batidora para preparar las mezclas de lactancia que se les da a los bebés que están internados en el nosocomio.
La actividad fue ideada por el club Gimnasia y Esgrima y cuenta con el apoyo de Cocineros Solidarios, quienes elaborarán un pollo al disco que llegará a diferentes familias de la ciudad. Lo mejor de todo es que la colaboración de la comunidad fue total, algo que sorprendió al grupo, admite Patricia. “Con esta actividad pasaron dos cosas que personalmente me sorprendieron. Por un lado, conseguimos todo lo que necesitábamos donado, y por otro lado, pudimos vender todas las tarjetas previstas con anticipación. Así que eso lo queremos reconocer y mucho, como también reconocer al club que nos presta sus instalaciones para hacer esta actividad tan importante, porque nosotros no manejamos dinero ni tenemos personería jurídica, todo lo que hacemos es con donaciones”.
EL ORIGEN DE UN MOVIMIENTO
Las Damas de Rosa, como se conoce popularmente al voluntariado hospitalario, se creó en 1988 por obra del padre Juan Chiabrando, cuentan sus integrantes. El cura soñaba con que hubiera un voluntariado en el Regional y decidió reunir gente para impulsarlo. Así, convocó a Anabella Rahed de Grané, quien por entonces era voluntaria de la parroquia Nuestra Señora de Luján, y comenzaron a darle forma a su sueño.
Olga Susana Reales, una docente jubilada que se sumó hace 11 años luego de que conoció al grupo cuando cuidaba a su suegra, cuenta que el párroco y Grané hablaron con Ricardo Pettinari, por entonces jefe de cirugía del nosocomio. “El Tano”, como lo conocían al histórico médico, los contactó con Malena Roux y Eva García de Moreno, dos mujeres que habían trabajado como voluntarias en la Guerra de Malvinas, y se puso en marcha el voluntariado.
Era una época diferente, tanto en la vida familiar como en las necesidades de los pacientes, tiempos donde todo era mucho más complejo, asegura Patricia, quien no escatima elogios para Grané, alma máter de este grupo que aún la recuerda.
“Ella fue una gran mujer, como las grandes mujeres que crearon el voluntariado, una mujer diferente con todas las letras y una altura moral que nosotras hoy tenemos que honrar, porque antes, más allá de la situación económica de hoy, era mucho más difícil, era todo a pulmón, las voluntarias hacían los pañales. Entonces lo que nosotros hacemos es mucho más liviano en algún sentido”.
Patricia se sumó al voluntariado hace 11 años. Seis meses después que llegó a Comodoro Rivadavia desde Quito, Ecuador, donde tuvo su primera actividad como voluntaria. Cuando se enteró de la existencia del grupo, no dudó en contactar a Grané y se sumó al trabajo de esas mujeres que todos los días iban a charlar y asistir a pacientes al nosocomio.
Básicamente esa es la función del grupo, un rol más que importante para aquellas personas internadas que no tienen familia o necesitan el apoyo de terceros por las obligaciones que impone la vida.
“Nuestra tarea fundamental es acompañar al paciente”, dice Patricia. “Asistirlos, porque a veces alguno necesita cosas materiales y ahí estamos nosotras proveyendo esos elementos al paciente y al familiar. Pero más que nada escucharlo, contenerlo, tratando de aliviar las penas”, agrega Olga.
Patricia admite que es difícil poner en palabras el trabajo que hacen y asegura que cada paciente que visitan es un caso diferente, algo con lo que Olga coincide. “Cada persona es particular. No podés decir ‘voy a hacer esto’. Es según el momento, la circunstancia, la persona que está internada también”.
Para ejemplificar la tarea, Olga recuerda el caso de una mujer a quien ayudan a alimentarse ya que no tiene quién lo haga. Es cierto que esto lo podrían hacer las enfermeras, pero como cuenta, también es cierto que muchas veces están colapsadas y deben priorizar tareas. “No es que no lo hacen, sino que lo hacen en el momento que pueden, pero la señora necesita comer a tiempo”, dice Olga al narrar el caso.
UN GRUPO CON REGLAS Y EXPERIENCIAS
En total son 22 las integrantes del Voluntariado del Hospital. Sin embargo, en la actualidad, por cuestiones de salud, edad o cansancio, solo están activas 12 voluntarias y un aspirante que se sumó recientemente.
El grupo si bien no tiene personería jurídica ni sede propia, responde a la Coordinación Institucional de Voluntarios Hospitalarios de la Argentina (CIVHA), que engloba a todos los voluntariados del país.
Se trata de una entidad que regula, de alguna manera, el funcionamiento de este tipo de espacios donde existen derechos y obligaciones, es decir ‘el qué se puede hacer y qué no’.
Patricia y Olga cuentan, por ejemplo, que el grupo es apolítico y no profesan ninguna religión. Por ende, sus integrantes dentro del nosocomio no pueden evangelizar ni divulgar sus creencias políticas, religiosas o de cualquier otra índole. Todo debe quedar puertas afuera de la sala.
Pero eso no es todo. Las Damas de Rosa tampoco pueden indagar acerca de la patología del paciente, su tratamiento, ni mucho menos en cuestiones personales. Se trata solo de escuchar y ayudar.
“Vamos abocados más a la parte emocional, ‘cómo te sentís, en qué podemos ayudar’”, enumera Patricia. “Ha habido momentos duros. Me acuerdo que en un momento había una chica no vidente y Fernando, un voluntario que ya no está más en Comodoro, iba un ratito y le leía. Esa es una forma de contener”, dice a modo de ejemplo.
Lo cierto es que entrar al voluntariado no es meramente un trámite. Para incorporarse, la persona debe cumplir un entrenamiento de 60 horas con el objetivo de conocer bien de qué se trata el sistema.
“Es importante que hagan esas 60 horas porque quizás las expectativas no son las que esperaban. Al principio te queda la sensación de que no hacés nada, pero en realidad te estás preparando para después, porque mucha gente no puede transitarlo. Hay veces que no es fácil, porque al ser salud hay situaciones que son difíciles de sobrellevar”, advierte Patricia en ese sentido.
Irene Larrozza vive en Comodoro hace 31 años y se sumó al voluntariado en 2010, una vez que se jubiló como profesora de inglés. En la actualidad es la jefa del voluntariado y asegura que no todas las personas están aptas para trabajar en sala.
“Esto no es para todos. Hay personas que no hacen sala porque no pueden. Yo cuando comencé, me acuerdo que Ani me dijo ‘todavía no estás para hacer sala’. Entonces estaba en el ropero, y tenía razón; necesitaba un tiempo para aprender, porque es muy fácil decir ‘voy a hacer sala’ pero después hay que estar. De todas formas, hay un montón de mujeres que no hacen sala y son de gran colaboración porque tenemos un ropero, una secretaría, y hay que clasificar las donaciones. Es una colaboración inmensa sin ver al paciente”.
Irene sabe de lo que habla, hace tiempo ya no puede hacer sala por cuestiones personales. Sin embargo, conoce de cerca lo que es estar al lado de los pacientes y lo que se siente de un lado y del otro. “Nunca me olvido una vez que me tocó estar en terapia intermedia, en la famosa sala 108. Había una señora que estaba sola y de repente ella me tomó la mano. No hablaba mucho pero era su agradecimiento por el hecho de no estar sola un rato y que alguien le hable. Y no era sola yo porque al día siguiente iba otra compañera, pero eso no tiene precio, ni para una ni para la otra”, dice con satisfacción en su rostro.
UNA ACTIVIDAD CON OFICIO SOCIAL
Para Irene, quien al igual que Olga y Patricia es docente, el secreto está en al forma de acercarse al paciente. “Para mí esa es la clave. Me acuerdo que Ani siempre decía que la forma de acercarse era preguntando ‘¿Cómo estamos hoy?’ Esa es la manera de acercarte, porque hay pacientes que no hablan, otros que sí, y otros que necesitan una conexión, que no necesariamente son cosas materiales, sino conectar, mirarlos, sonreírles, contarles un cuento”.
Mientras habla, Irene recuerda diferentes historias, como el día que Luci, una voluntaria, se comunicó con un programa de tango para que puedan saludar a aquel paciente que tanto le gustaba el género y que todas las tardes tenía la compañía de la radio para pasar las horas. “Ese gesto fue una alegría para ese hombre que estaba solito”, recuerda.
Es que, como cuentan, se trata de conectar, de hacer sentir al paciente que no está solo y estar atento a pequeños detalles que en ese momento significan mucho.
Por supuesto, es un trabajo en red que ellas encabezan pero que cuenta con otros eslabones fundamentales; la colaboración de la comunidad y el apoyo de los enfermeros y enfermeras, quienes muchas veces advierten las necesidades de los pacientes con solo verlos.
“Ellos son muy importantes en esto, porque si los enfermeros no tuviesen la mirada puesta en la persona, muchas veces se nos escaparían las cosas, pero ellos por una cuestión de humanidad nos dicen ‘por qué no pasan por tal sala’, aún sin saber qué pasa, pero porque ya tiene el ojo más agudo”, valora Patricia.
“Está bueno porque es como que trabajamos en red”, agrega Olga. “Necesitan algo y ya saben a quién llamar, porque siempre las necesidades son muchas, desde elementos de higiene como jabón de tocador o jabón blanco, pañales de bebé y de adultos, hasta remeras y pantalones cortos, la ropa que necesita el paciente cuando está en la sala”, agrega.
Las colaboraciones llegan semana a semana, principalmente a través de las páginas que el grupo tiene en Facebook e Instagram. Todos los días, alguna voluntaria contesta mensajes en las redes sociales y articula para recibir las donaciones de la comunidad.
En ese rol cumplen un papel clave las voluntarias que no pueden ir a sala, como Irene, quien está atenta a cada donación. “Estamos conectados permanentemente por Whatsapp, por teléfono, o a veces pasa que me traen a casa alguna donación o con mi esposo la buscamos”, dice con entusiasmo, aunque reconoce que extraña hacer sala.
EL FUTURO DE UN GRUPO FUNDAMENTAL PARA EL HOSPITAL
El grupo se reúne una vez al mes para contar sus vivencias y compartir el trabajo que hacen y las necesidades que tienen. Fue en esas charlas donde surgió la necesidad de visibilizar el trabajo a través de diferentes acciones y, qué mejor que hacerlo en el mes del aniversario.
Es que, como cuentan, la pandemia también sacudió su servicio y durante un año y medio estuvieron limitadas a situaciones específicas por todo lo que implicó el peligro del covid puertas adentro del nosocomio.
“Estamos necesitando convocar gente que venga a hacer lo que hacemos dentro del hospital. Estamos reordenándonos porque la pandemia, como a todo el mundo, nos desorganizó un poco. Nosotros desde marzo del 2020 hasta noviembre del 2021 no fuimos al hospital más que en casos específicos cuando nos pedían cosas o nos llegaban donaciones, porque la gente fue muy generosa en la pandemia, pero necesitamos reorganizarnos y seguir sumando gente”.
La última integrante que se sumó al grupo es Paula, una joven que comenzó con el periodo de prueba de 60 horas luego de que su hijo estuvo internado en el Hospital Regional. Ella está haciendo su propia experiencia colaborando con los pacientes, tal como Olga, Irene y Patricia hacen desde hace varios años.
“Está nuevita”, dicen las mujeres entre risas, esperando y rogando que finalmente pueda quedarse en el grupo, porque a fin de cuentas saben que la tarea no es fácil, y cada persona tiene obligaciones y cuestiones personales que resolver.
Así el voluntariado del Hospital Regional sigue creciendo, con sus Damas de Rosa que dan su tiempo a otros con el único fin de ayudar y contener, un remedio fundamental para quienes transitan una enfermedad en una pequeña sala de un hospital.