Se hizo bombero luego de que fue rescatado de un accidente que casi le costó la vida y ahora fue uno de los impulsores del destacamento de Laprida
Rubén Margagliotti vivió toda su vida en Laprida, el barrio al que llegaron sus bisabuelos y donde, junto a otros hombres, impulsó el Destacamento de Bomberos que recientemente se inauguró. Sin embargo, pocos saben que su vocación de servicio nació luego de haber sido rescatado en un choque frontal del que se salvó de milagro. Historia de un hombre que decidió ser bombero por agradecimiento a quienes lo salvaron.
La cinta se corta, los aplausos se escuchan en el sector y todo es alegría en barrio Laprida. Hay abrazos, estrechones de mano y mucha emoción, sobre todo de quienes trabajaron para que ese tradicional barrio de zona norte tenga su propio destacamento de bomberos.
Rubén es uno de ellos. Margagliotti, como le dicen sus colegas, no puede ocultar su emoción y tiene sus motivos: no solo fue uno de los impulsores de la nueva unidad, sino que en lo personal, ayudó a dejar un legado para aquella institución que lo salvó cuando vio de cerca la muerte. Es que pocos saben que Rubén en 1994 se salvó de milagro de morir en un choque frontal camino a su barrio. El rápido accionar de bomberos y médicos le extendieron la vida más allá de las primeras 48 horas que le habían dado cuando llegó al Hospital Alvear.
Son las cuatro de la tarde y Rubén descansa en su casa de calle Bogotá. Está jubilado hace un año y medio, y por la edad tampoco presta servicios en el Destacamento como lo hacía hasta hace un tiempo.
Ante la consulta para ser entrevistado no duda, recibe a un equipo de ADNSUR y cuenta su historia, aquella que comenzó de chico pero descubrió de grande.
“La vocación de bombero siempre estuvo", dice con certeza. Uno cuando es chico siempre sueña con ser bombero o ser policía. La verdad es que siempre me llamó la atención, siempre me gustó, pero después tuve la desgracia de tener un accidente muy grave; estuve prácticamente una hora apretado adentro de un vehículo y me rescataron los bomberos. Lo hicieron todo a pulmón con barretas, palanca y malacate, porque en ese momento en Comodoro no había pinzas de corte ni expansores, recién un año después comenzaron a llegar los equipos de extracción para accidentes vehiculares”.
El choque que protagonizó ocurrió el 14 de junio de 1994 en la ruta camino a Laprida. Rubén tenía 31 años, ya estaba casado y había sido padre de su primera hija, de por entonces 2 años.
Eran alrededor de las 20, recién salía de su trabajo en un correo privado cuando se encontró de frente con un Renault 18 que se había cambiado de carril. No pudo hacer nada y el impacto fue fortísimo. Ambos vehículos quedaron destruidos y Rubén quedó atrapado entre fierros y parantes del Fiat Europa, algo que no olvida.
“Estuve más de 15 días en terapia intensiva, 45 días internado, no recuerdo muy bien, pero sí me acuerdo que me vi todo el Mundial del 94 internado”.
Mientras lo cuenta, Rubén evita el dramatismo. Sin embargo, las crónicas periodísticas de la época son elocuentes. También el relato de su mujer, quien vivió en primera persona aquellos días de dolor y cirugías.
Producto del choque, el protagonista de esta historia sufrió una hernia de diafragma, una fractura expuesta de fémur, otra de cadera y diversas complicaciones.
Cuenta su mujer que cuando la llevaron al Hospital Alvear, a donde fue trasladado por su grave estado de salud, le dijeron que tenía 48 horas de vida. El resto era esperanza y fe.
Rubén pasó horas críticas en terapia intensiva. Sin embargo, gracias a los médicos y al rápido accionar de los bomberos, pudo salir adelante. Cincuenta días después dejó el hospital y comenzó un duro proceso de rehabilitación.
Por esos días, él no imaginaba que iba a terminar siendo bombero, aunque su destino ya estaba escrito.
“Eso fue lo que motivó a hacerme bombero”, cuenta con orgullo. “Me acuerdo que una vez que pasó todo, comencé a juntar recortes de diario, me llegaron filmaciones de lo que fue el accidente y decidí acercarme a bomberos. Tenía un amigo que era allegado a ellos y un día le dije que estaba agradecido, que me gustaría ir a visitarlos y compartir algo con ellos para agradecerles por haberme rescatado, por el trabajo que habían hecho todo a pulmón, porque a palanca me pudieron rescatar y me salvaron la vida, sino quizás me hubiese muerto ahí dentro”.
El pedido a su amigo fue certero y esa semana acompañó a Rubén hasta el Cuartel Central. Primero se presentó y luego charló con un par de bomberos que habían estado en el momento del accidente, entre ellos Pablo Quiroga, Lony Pérez, el vasquito Azcurra, entre otros.
Pero solo sería el inicio de su vínculo con los rescatistas. Poco tiempo después se cruzó con “Pocho” Panquilto, quien al recordar el accidente le hizo un ofrecimiento que no pudo rechazar: “¿No te gustaría ser parte de bomberos?”.
“Se ve que sintió el agradecimiento que tenía”, recuerda Rubén. “Así que empecé a ir al Cuartel Central, me inscribí e hice un curso de ingreso que dictaban los mismos chicos”.
Rubén estuvo destinado en el Cuartel Central y luego fue trasladado al Destacamento 3, donde estuvo 20 años al servicio de la comunidad.
A lo largo de su carrera, Rubén asistió a diferentes emergencias, algunas que le quedaron grabadas a flor de piel. Mientras habla, en su cabeza aparece Casa Tía, Óptica San Jorge, Don José Hogar, la escuela del Padre Corti y un sinnúmero de accidentes que ocurrían cada fin de semana, el día que podía estar de guardia por sus obligaciones laborales.
Muchas veces, una vez que bajaba la adrenalina, era imposible no recordar que él mismo había estado en ese lugar. Veintinueve años después, admite que no era su momento y asegura que fue una desgracia con suerte.
Hace cinco años, el bombero tuvo que dejar de prestar servicios en el Destacamento de Kilómetro 8. Superó los 60 años y vencieron los seguros que le permitían continuar en actividad. Sin embargo, como dice una y otra vez “la vocación siempre está”, y en tiempos de retiro decidió que era tiempo de ayudar desde otro lado.
“Justo se dieron una serie de incendios grandes en el barrio y comenzamos a notar que hacía falta un cuartel de bomberos. Un día, me acuerdo que hubo un incendio grande de una familia del barrio y llegaron dos dotaciones, pero nos quedamos sin agua y los camiones para abastecerse tuvieron que ir de vuelta hasta el 3 o ir más lejos, siendo que acá en el barrio había hidrantes de agua pero no los teníamos identificados. Así que conversando con Ariel González, que fue otro de los iniciadores, y Miguel, dijimos ‘vamos a hacer un relevamiento’”.
Rubén y compañía consiguieron los planos del barrio y descubrieron los hidrantes que podían utilizar para mejorar el sistema de emergencia en el sector. Cuenta que estaban limpiando esos hidrantes cuando pasó Mario Quinteros y se bajó a charlar con ellos. Le comentó que durante mucho tiempo peleó para que haya un cuartel en el barrio pero nunca tuvo respuesta, sin saber que iba a ser la motivación que ellos tanto necesitaban. “Dijimos ‘puede ser posible’, y empezamos a trabajar. Era finales de 2016 y lo primero que teníamos que hacer era conseguir un espacio físico”.
Para trabajar de manera organizada, el grupo decidió conformar una comisión procuartel que nucleó a todas las instituciones del barrio. Él mismo la presidió por pedido de los vecinos.
“Así empezamos. Comenzamos a trabajar, a hacer eventos. Me acuerdo que les pedíamos consejos a los bomberos para ver cómo podíamos hacer para cumplir los requisitos de la asociación. Empezamos a laburar todo a pulmón, con aporte de vecinos, rifas, asados, venta de pollos. Con lo que se podía, se juntaba un dinero y se destinaba a la obra que teníamos en mente”.
El temporal de 2017 fue un punto de quiebre para el grupo de trabajo. El barrio quedó aislado y fueron la rueda de auxilio para toda una barriada que necesitaba agua, comunicaciones y ayuda.
“Desde nuestro lugar comenzamos a trabajar para asistir a la gente, y a la Municipalidad se ve que le llamó la atención la forma de trabajo, el empeño que le estábamos poniendo, y nos acompañó con una ayuda económica con la que se refaccionó todo el espacio físico donde está el cuartel. Con todos los eventos que íbamos haciendo nosotros se compró todo el mobiliario y se iban haciendo cosas de a poco”.
UN SUEÑO DIFICIL DE REALIZAR
La lucha por el destacamento no fue fácil. La Asociación de Bomberos no quería comprometerse a sostener otro cuartel por todo el gasto que ello implicaba. Y ahí otra vez estuvo el municipio, que decidió modificar un convenio con la SCPL para mejorar el importe destinado a los voluntarios.
Finalmente, el último 27 de marzo se inauguró en forma oficial el destacamento del barrio, todo un logro para los vecinos y para Rubén, quien no oculta su felicidad. “Para mí es un orgullo tener una institución más dentro del barrio. Nací y me crié acá. Conozco a casi todos los vecinos, mi abuelo fueron de los primeros pobladores, entonces es un placer y orgullo haber logrado lo que se logró. Tener el barrio más planificado, mejor organizado”.
“Ahora estoy retirado pero sigo colaborando porque todos los chicos que están en Laprida fueron compañeros míos en el 3, entonces los vi ingresar. Voy siempre, cada tanto me pego una vueltita, estoy con ellos, tomo unos mates, pero la vocación sigue intacta. Sigo participando, voy a colaborar en lo que pueda. No entro a los incendios pero ayudo a los chicos, aunque sea alcanzando una botella de agua, para que sepan que estoy presente”.
“La verdad es que me cuesta aceptar que ya no estoy más. Pero bueno, hay que darle lugar a las nuevas generaciones aunque la vocación sigue intacta, y va a seguir hasta el último día”, dice Rubén, el hombre que decidió agradecer haber sido salvado ofreciendo su vocación de servicio, lo que ayudó a que hoy su barrio tenga su propio cuartel, el lugar que soñó y proyectó para que otros ayuden como alguna vez lo hicieron con él.