La charla comienza y a los 12 minutos entra un cliente. El grabador se detiene y cuando se va el comprador, contento con su budín de naranja y nuez, vuelve a prenderse la luz roja. La pregunta y la respuesta dan continuidad a la entrevista, sin embargo otra vez un cliente entra al local y nuevamente el grabador se pone en pausa. 

La escena se repite reiteradas veces, pero lejos de ser una incomodidad es un ingrediente fundamental para esta crónica. Es que el movimiento del local y las charlas entre Julieta y los compradores permiten ver lo que despierta “Amapola, gluten free”, esta panadería que abrió hace un mes y atrae a numerosos clientes que se acercan a preguntar por productos para celíacos e intolerantes.

Resulta llamativo cómo cada persona que ingresa al local se interesa por ese motivo. Esa es la invitación para llegar a ese pequeño comercio de la avenida Kennedy que recientemente fundó Julieta Suárez.

La joven de 30 años está feliz por la repercusión que está teniendo “Amapola, gluten free”. Admite que la historia que publicó en sus redes sociales fue un imán para los clientes y desde entonces cada vez más personas se acercan a preguntar por productos sin gluten.

“Cada vez viene más gente, en Comodoro hay mucha gente intolerante y muchas personas celíacas, y acá encuentran un lugar seguro donde tiene opciones para cualquier condición y son saludables”, dice a ADNSUR.

“El proyecto lo vengo gestando hace dos años, pero no me animaba, trabajaba de otra cosa hasta que en un momento del año pasado dije ‘¿qué estoy haciendo de mi vida?’, si tengo talento para otra cosa, ¿por qué me lo estoy guardando?' Y dije ‘esto hay que compartirlo”.

Julieta trabajaba en comercio, como empleada, pero este año se animó a impulsar su propio emprendimiento.

UN OFICIO QUE VIENE DE FAMILIA

A Julieta siempre le gustó la panadería, desde chica. Creció yendo y viniendo al local de su abuelo y de alguna forma heredó esa pasión por las harinas. Sin embargo, todo cambió cuando descubrió que era intolerante al gluten. “La pastelería me gustó siempre, porque esto viene de familia. Mi abuelo, Tito Cárcamo, era panadero hace más de 50 años y su papá fundó la panadería Cárcamo e hijos, hace millones de años. Yo recuerdo de chica ir a la panadería y robarme cosas para probar. Así que viene en mis genes, está ahí la magia”, dice entre risas.

La joven tiene millones de anécdotas en torno a la cocina. Su madre siempre recuerda que mientras todos los chicos miraban dibujitos, ella miraba Utilísima y Cocineritas, también que con solo tres años pidió una cocinita y que a los 9 sorprendió a todos cuando cocinó su primer budín, algo que Julieta recuerda. 

“Me acuerdo haber visto una receta y dije ‘yo quiero esperar a mi mamá con un budín’. Miré la receta, pedí que me prendieran el horno y la hice. Y así hice mi primer budín con 9 años. Salió excelente, se había quemado un poquito arriba porque no sabía calcular el horno, pero mi mamá estaba sorprendida. Después hice un curso en el Ceret de pastelería y comida navideña, pero siempre estaba buscando recetas, haciendo cursos online, hasta que descubrí que no podía comer gluten porque soy intolerante al gluten y también a los lácteos”. 

A Julieta siempre le gustó la panadería, desde chica. A los 9 años cocinó su primer budín.

Hace cuatro o cinco años, Julieta descubrió que tenía está condición y decidió aprender a cocinar sin gluten. Fue aprender todo desde cero, reinventar su forma de alimentarse.

A la distancia, recuerda que hizo un curso en una escuela de Córdoba y se recibió de pastelera y panadera profesional sin gluten. Además, en tiempos de plataformas y contenidos por demanda, también sumó cientos de minutos en tutoriales y así aprendió a cocinar pastelería saludable. 

“Me miré todo y probé todo. Mi familia también probó mis recetas acostumbrándose a otro sabor, estudié con Alejandra Temporini, que es una de las más grosas, y un día me animé a abrir mi propia panadería”.

Con ayuda de su familia, Julieta este año decidió buscar un local, lo alquiló, lo ordenó y lo limpió. Y así, hace menos de un mes comenzó “Amapola, free gluten”. 

“Hay mucho amor en este proyecto para que en Comodoro haya opciones saludables, ricas y diferentes”, dice con orgullo. “Hay cosas sin azúcar, sin lactosa, con harinas integrales, con aceite de oliva, todo libre de gluten, para tener una propuesta diferente”. 

“Pero también vas a encontrar energías positivas y amor, porque este proyecto nace del amor que tengo por la cocina pero también por la conciencia del cuerpo, de la mente y del alma”. 

Julieta junto a su familia. Ellos, y dos amigas, la ayudaron a comenzar con el emprendimiento.

Julieta está feliz, no solo por su emprendimiento, sino también por continuar su legado familiar. Sus bisabuelos, David y María, cuando llegaron a Argentina desde la Isla de Chiloé, en la década del 30, apostaron al rubro comprando una panadería que ya estaba en actividad y que luego se convirtió en un emprendimiento familiar.

En ese negocio de calle Sarmiento, entre Belgrano y España, su abuelo, Héctor, aprendió el oficio junto a sus hermanos en tiempos en que el pan se repartía a carreta y con caballos y era todo artesanal. Julieta aún recuerda, en sus ojos de niña, los últimos días de la panadería, el lugar donde mamó el oficio y se enamoró de las harinas. 

“Aún me acuerdo cuando iba. Tendría unos seis años. Por eso es un gran orgullo seguir con este legado. Mi abuelo está feliz, vino dos o tres veces, tiene 82 años y está muy orgulloso, y eso me llena de alegría porque para mí él es todo. “Así que esto es una gratitud, porque me honra mucho venir de donde vengo y con esta edad que tengo reivindicar a mi sistema y hacer algo diferente”. 

Tito, su abuelo, haciendo pan dulce en las últimas fiestas navideñas.

La charla va llegando a su fin, el brownie ya está listo en el horno y otro cliente ingresa al local. Pregunta por los ingredientes de los productos y su gesto lo dice todo, encontró algo rico y saludable para comer. El objetivo de Juli está cumplido.

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Amapola gluten free
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