Jorge Forte, el docente del Deán Funes que enseñó con el corazón y coordinó las carrozas del colegio durante 18 años
“El taller que es lo que me atrapó siempre”, dice Jorge Luis Forte, un histórico docente del Deán Funes que se jubiló luego de toda una vida ligada al colegio. Jorge no solo hizo la secundaria en la institución, sino que en cuanto terminó se incorporó al equipo educativo, siendo parte de momentos históricos de la escuela, aquella que se convirtió en su hogar.
Comenzó su carrera cuando el colegio era nacional, vivió el traspaso a la provincia y los diferentes cambios que tuvo la institución; entre ellos la implementación del Polimodal y la histórica renovación de máquinas del año 2005. Sin embargo, hace dos años, después de 35 años de servicios, llegó el momento de despedirse.
A Jorge Forte se lo ve emocionado mientras repasa parte de su historia y su vida en el Colegio Deán Funes. No puede evitar recordar momentos y personas de aquel lugar que considera su casa porque, como dice, compartió todo con sus compañeros y sus alumnos, desde su casamiento a la muerte de su padre y el nacimiento sus hijos.
“Realmente es un honor haber trabajado en el Deán Funes. Al colegio lo siento mi casa, porque compartí todo con mis compañeros de trabajo y mis alumnos. Desde mi casamiento, hasta la muerte de mi padre y el nacimiento de cada uno de mis hijos. Realmente me voy feliz, porque me da muchísima satisfacción haber podido elegir esto de la docencia; más que nada cuando ves al chico que vos formaste y formó su familia o consiguió trabajo y viene y te agradece. Eso es lo que más me llevo. Es un honor haber trabajado en este colegio”.
UNA VIDA EN EL DEÁN FUNES
La historia de Jorge con el Deán Funes comenzó cuando era solo un adolescente y se perpetuó para toda la vida. Hijo de un ex empleado de Petroquímica, se crió en Kilómetro 8 e hizo la Primaria en la ex escuela Punta Médanos, hoy conocida como 126.
Eran otros tiempos y estudiar en el Deán Funes era prácticamente una garantía para ingresar al petróleo o encontrar trabajo. Así, cuando terminó la primaria, sus padres, que siempre trataron de darle lo mejor, lo inscribieron en el colegio de los curas.
En el taller, Jorge encontró su lugar en el mundo y también su vocación docente. Ya en su último año de secundaria comenzó a hacer suplencias sin saber que estaba armando su propio camino, aunque aún debía descubrirlo.
Una vez que terminó el secundario, Jorge decidió seguir estudiando. Era el año 88, la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco daba sus primeros pasos y se anotó en Ingeniería Mecánica, con el objetivo de estudiar mientras daba sus primeros pasos en el colegio. Sin embargo, el país estaba inmerso en una profunda crisis y, como siempre, el más golpeado termina siendo el laburante.
La mala situación económica derivó en despidos y reducción de puestos laborales, y su papá cayó en la volteada, tal como recuerda. Así, por consciencia y responsabilidad, decidió dejar la universidad y abocarse a la docencia.
Jorge recuerda esos días como si el tiempo no hubiese pasado. “Empecé en el pañol del taller, como hicimos la mayoría; entregando herramientas y asistiendo a los profesores y después ya empecé en primer año de la parte de ajuste mecánico. A los dos años pasé a la parte de máquinas y herramientas. Pero fueron momentos muy lindos”.
Eran otros tiempos, tanto en la docencia como en la vida laboral. En el Deán Funes había solo cuatro áreas fuertes: Ajuste Mecánico, Electricidad Domiciliaria, Soldadura y Mecanismos y Máquinas y Herramientas; muy diferente a lo que es ahora cuando también se sumaron las secciones de Neumática, Electrónica, Electricidad y Representación Gráfica asistida.
Tras su paso por máquinas y herramientas, Jorge se incorporó a Soldadura, donde estuvo más de 20 años combinando su trabajo en aulas con el taller, su gran pasión.
A la distancia, admite que estaba todo el día en el colegio. Arrancaba a las 7:30 hs y se quedaba hasta las 8 de la noche para completar tres turnos porque, como cuenta, nunca fue fácil la vida del docente.
Así, muchos lo tuvieron como profesor de tecnología en el ciclo básico, pero también en Resistencia de Materiales en el ciclo Superior. Otros, en cambio, lo encontraron en el taller o en el armado de las carrosas, su gran orgullo.
“Durante 18 años tuve la suerte de organizar y acompañar a cada promoción que hizo sus carrozas. Eso fue inolvidable. Arrancamos a trabajar después de las 5 de la tarde o después de las 8 de la noche, y la última semana era todo el día completo en el taller. Realmente era emocionante lo que los chicos se dedicaban y compartían. Es impagable. Ahí se empezaba a tomar el rojo del Deán Funes”.
Jorge recuerda esas épocas con nostalgia y se siente orgullo del camino recorrido. Cuenta que en el año 97 participó de la reforma educativa cuando se implementó el Polimodal y él trabajaba en la oficina técnica con José Grahp. Y en 2005, junto al profesor Segura, le dieron la responsabilidad de ocuparse de la renovación de máquinas del taller, iniciativa que incorporó 37 equipos gracias a la gestión de Lorenzo García, un salesiano que fue director y que durante 8 años ahorró el dinero que ingresaba de la fabricación de equipos y lo destinó a la compra de equipamiento de máquinas de última generación. Jorge, junto a Segura, fueron los encargados de viajar a Buenos Aires y traer los equipos, desde tornos hasta fresadoras y cortadoras. “Ese hombre le cambio la cara al colegio”, reconoce a la distancia.
Pero eso no fue todo, hace 20 años Jorge también participó del proyecto de reconversión laboral que se creó cuando desapareció el último año de secundaria.
El mismo está destinado a personas mayores de 18 años que quieran formarse en soldadura, electricidad y tornería, el gran orgullo de Jorge. “Es algo que te llena de satisfacción, porque va gente grande que quizás estuvo muchos años en un trabajo, pero nunca tuvo certificación y formación. Y con los cursos que le damos se le da una certificación; los ayuda a progresar en el trabajo y ha pasado mucha gente por ese espacio”.
Además, con sus alumnos, ha realizado diversos proyectos de cierre de año para fabricar máquinas para el taller o a beneficio de instituciones a las que les hacían juegos, mesas y equipamiento que necesitaban; una forma de enseñar solidaridad, empatía y trabajo técnico.
Por estos días Jorge está próximo a 44 años. Sabe que esta vez será un cumpleaños distinto. El 30 de Julio tuvo su último día de actividad en el Deán Funes, una jornada especial donde fue agasajado desde el inicio de la mañana hasta la noche, tanto por sus compañeros como por sus alumnos, ex alumnos que se acercaron a saludarlo y también su familia, ya que sus hijos vinieron de Buenos Aires y Córdoba para estar con él.
Jorge admite que cerró su etapa en el colegio de la mejor manera y que ahora comienza otra vida. "Fue un día muy lindo donde me llenaron de saludos y mimos. Ahora buscaré despuntar el vicio por otro lado, porque no me voy a quedar quieto. Primero voy a ordenar bien mi cabeza para ver qué actividad voy a hacer y después veré, porque el día es muy largo y hay un montón de cosas comunes para todo el mundo que nunca pude hacer y espero poder hacerlas ahora”.
“Lo que más llevo es que todo lo que hice siempre lo pude compartir con mi familia. De hecho, los compañeros de taller siempre fuimos muy unidos y como una familia, con sus discrepancias y como los dedos de la mano: todos diferentes pero tirando para adelante. Pero también cuando te das cuenta que ayudás a los chicos, porque los encontrás de grandes y vienen, te saludan y te agradecen. La verdad que eso te llena. Para mí la docencia fue una pasión en mi vida y tratar de enseñar con el corazón lo que se puede”, sentencia este docente que encontró su secundaria su segundo hogar, el lugar donde educó a varias generaciones.