Noel Napal tiene 18 años y cursa el séptimo año del secundario de la escuela Agrotécnica CEA Valle Cholila, ubicada a seis horas de viaje de su casa.

Cuando retornan a sus domicilios, salen cerca de las 13:30 del mediodía, para pasar el fin de semana largo con sus familias, ya que muchos días se alojan en el albergue de la institución, y más cuando los caminos se complican debido al temporal de invierno. Camino a Colonia Cushamen Noel distingue a su padrastro, Darío Huenchunao, al costado de la ruta con dos caballos vacíos para él y su hermano Malvino.

“Tardé dos horas y media en llegar. Cuesta llevar a los caballos de tiro por el campo, si lo metés por el camino es más fácil pero si querés acortar, cuesta más. Con un día o dos que llueve no entra nadie acá. Solo a caballo. Se pone puro barro. Había comprado una camioneta y se me rompió hace 6 meses que está en el taller. Así que solo nos movemos a caballo”, cuenta Huenchunao en una entrevista para La Nación.

Se bajan un kilómetro antes del camino de entrada al Paraje Mina de Indio y tienen que esperar media hora más a que llegue la segunda traffic con sus bolsos y mochilas. “En época de invierno se ponen re feos los caminos y nos manejamos igual, a pesar del frío. Es más abrigo y más sufrimiento. Y sino nos vamos a lo de mi abuela en El Maitén que es más fácil”, dice el joven. 

Con boinas, camperas y mucho abrigo por las temperaturas rondando los cero grados- emprenden la travesía campo atraviesa. Dos horas después, con los últimos rayos de sol, llegan a su casa casi al límite con la provincia de Río Negro. Son las 18:00 y su mamá Nora Nahuelquir los espera con mate caliente, te y tortas fritas para que se recuperen. Hace dos semanas que no ve a sus hijos porque por las enormes distancias, se quedan en el albergue de la escuela para poder estudiar.

“Se los extraña cuando no están en la casa. Siempre es una alegría cuando vuelven. Ahora se van a quedar un par de días así que vamos a tener más compañía y ayuda. Nosotros estamos luchando para que ellos salgan adelante y no se queden como nosotros”, dice Nora.

Solos y aislados

Son sólo 15 las familias que viven en Mina de Indio, que se dedican principalmente a la cría de ovejas y chivas. Las casas son de piedras y adobe, los caminos son de ripio y hay que atravesar varias tranqueras para poder llegar hasta lo de Noel. 

El resto de la familia está compuesta por Malvino de 14 años, Ñancuche que tiene 9 años, y Nahuel de 4 años que siempre anda agarrado de la mano de su papá o de su mamá. La hija mayor ya terminó la escuela y está viviendo en Trelew con la idea de entrar a la policía.

Mariano Peralta, director en la Escuela Agrotécnica CEA Valle Cholila de la Fundación Cruzada Patagónica señala que las principales problemáticas de la zona son la falta de trabajo y el mal estado de los caminos. “Una de las grandes carencias, pensando en los jóvenes, está en los espacios de recreación, de creatividad, de expresión y de participación”, explica. La escuela cuenta con 165 alumnos de distintos parajes, aunque en su mayoría son de Cholila.

“Lo más difícil son los inviernos que hay que soportar la nieve y el viento pero siempre nos adaptamos. En las habitaciones no tenemos calefacción así que usamos mucha frazada. La leña la tenemos que comprar o le pedimos permiso a la estancia para usar”, explica Noel.

Para Peralta, Noel y su familia representan una de las tantas pequeñas historias de vida del campo. “Es una familia que como muchas familias de la meseta la reman en el campo y hacen un gran esfuerzo. Con mucha responsabilidad y humildad siguen el proceso educativo de sus hijos, cada vez que los traen preguntan cómo están. Cuando viajamos a la meseta nos damos cuenta de las problemáticas que enfrentan”, señala.

Sin luz ni agua caliente

La casa de Noel es de piedra y de adobe y tiene más de 40 años. Tiene tres habitaciones: en una duermen sus papás con Nahuel, en la otra Malvino y Ñancuche y Noel duerme solo. No cuentan con agua caliente para bañarse. No tiene luz, el agua la sacan de una vertiente que está cada vez más seca y no hay ningún tipo de comunicación. Ni señal de teléfono ni Wifi. Para que se descarguen los mensajes de texto, tienen que subir hasta puntos específicos de la montaña que ya tienen identificados.

Hace dos años a muchos pobladores les pusieron pantallas solares pero esos días la familia de Noel estaba en El Maitén. “Quedaron en volver pero nunca lo hicieron. No tenemos luz ni heladera. Llegás acá y tenés que cuidar la batería del celu porque sino se te descarga enseguida. Solo prendemos el grupo electrógeno por la tarde tres horas nomás. Usamos un farol a gas y con ese nos mantenemos. O sino con velas”, cuenta Noel.

Hace 5 años que la familia de Noel está intentando construir una casa nueva al lado de la que ya tienen pero no pueden terminar de techarla. “El tiempo pasa, hay poca plata y es una lucha. También es muy complicado llegar con los materiales. El flete te mata. A nosotros nos escaseo el agua y por eso no pudimos terminar la casa”, explica Nora que cobra la AUH por sus tres hijos más chicos pero se queda sin plata el mismo día. “No llego a $20.000 y con eso les compro algo de ropa de abrigo y si puedo unas zapatillas. Las más baratas están $5000″, señaló.

La tarea del día es pelarle los ojos a las ovejas y hacer el descole porque ya tienen demasiado crecido el pelo. De esta forma cuando tengan que sacar el vellón de lana en noviembre, va a salir más limpio. Lo primero que hace Noel con Darío y Malvino es ensillar los caballos para ir a buscar a las ovejas que están pastando en el campo.

“Tenemos ovejas, una puntita de chivas y vacas. Lo que más me gusta es salir y recorrer y andar con los caballos. Salimos y pensamos que las ovejas estaban acá cerca pero ya estaban cruzando para otro lado y las tuvimos que ir a buscar más lejos. Ahora todas las tardes las estamos encerrando porque los zorros hacen mucho daño”, agrega Noel.

Darío los espera con la máquina y el grupo electrógeno para arrancar con el trabajo. Nora, Ñancuche y Nahuel ayudan llevando las cosas que faltaban. Toda la familia participa de alguna manera de la actividad. Nora se crió en este campo con su abuela desde los 5 años y sabe hacer todas las tareas del campo.

“Mi abuela enviudó y quedamos solas. La esquila tardábamos una semana pero lo hacíamos nosotras nomás, con tijera. Para ir a la escuela arranqué a los 9 años en El Maitén. Me quiso mandar a la escuela albergue en Epuyén y no pude ir. Estudié hasta 3er grado nomás porque era muy difícil el tema de las distancias. Gracias a Dios aprendí a leer y a escribir, y a sacar algunas cuentas”, dice Nora, que cuando sus hijos estaban en la primaria podía ayudarlos con la tarea. “Ahora que están en la secundaria yo no entiendo nada y ellos me explican a mí”, agrega.

Poder sostener el estudio durante la pandemia fue muy difícil para Noel porque desde su casa en Mina de Indio no tenía manera de descargar la tarea ni nadie que se la explicara. “Me mandaban las fotocopias que tenía que retirar en El Maitén o en Cushamen y no podíamos salir de acá. Me costó mucho porque había temas que no los entendía y no podía avanzar”, dice este joven que prefiere las materias del área productiva porque son las que más puede aplicar en su casa.

Terminar la secundaria

Este es el último año de Noel y su prioridad es terminar. Cuando piensa en su futuro, se imagina siendo veterinario o mecánico, pero para eso tendría que irse a alguna universidad lejos de su casa. Lo que sí tiene claro es que va a volver a donde se crió. “Mi sueño es seguir estudiando y que me pueda recibir de algo. No tengo idea cómo va a ser mi futuro pero tengo esperanza de poder lograrlo. Para mí y para mi familia que siempre me apoya, sería un orgullo enorme ser el primero que se reciba”, dice. Si bien tiene un celular que le compraron con mucho esfuerzo, Noel no tiene computadora y eso le dificulta poder entregar todos los trabajos prácticos que le piden. “Por ahora me prestan una en la escuela y cuando termino la tengo que devolver”, cuenta.

A Noel le gusta la vida en el albergue y comparte el cuarto con otros cinco compañeros. Las camas son cuchetas y él eligió dormir en una de abajo. Allí tiene acceso a otras comodidades: ducha caliente, Internet, computadora y todas las comidas.

“A la mañana nos levantamos a las 6:30, a las 7:30 ya tenemos que bajar a la escuela y a las 8 entramos, hasta las 16:50. Después merendamos, subimos de nuevo al albergue, tenemos tiempo libre, nos vamos a jugar al futbol y después ya tenemos que hacer una hora de estudio. Después comemos, nos bañamos y a las 22:30 entregamos los celus y nos acostamos. En la escuela me la paso bien pero una vez que vengo acá estoy más tranquilo”, dice Noel. En su casa, tiene solamente a su vecino de amigo, al que de vez en cuando va a visitar para tomar mate o para salir al campo a recorrer. “Extraño bastante a mis amigos cuando estoy acá en casa”, confiesa Noel.

Pasión por el folclore

Cuando se empieza a poner el sol, la familia se vuelve a refugiar en la cocina. Ya terminaron de hacer las tareas del campo, los chicos jugaron al fútbol, Noel cortó leña y es momento de la merienda. Noel agarra una guitarra que se ganaron en un sorteo y se pone a tocar folclore.

“Lo que más me gustaría en la vida es poder aprender a tocar el acordeón pero mis papás no me pueden comprar uno”, dice Noel.

Lo más urgente en este momento es conseguir leña para pasar el invierno. La municipalidad les lleva tres metros pero les alcanza solo para un mes y medio. “Porque cuando está nevado tenés que estar permanentemente con fuego y ahí se gasta mucho más. Hemos salido a dejar a los chicos a caballo bajo la nieve. Es mucho esfuerzo. Lo que quiero es que lo que ellos sueñen, lo logren”, concluye Nora.

COMO AYUDAR

Las personas que quieran colaborar con Noel y su familia pueden:

-comunicarse por WA con Rosario Armas de la Fundación Cruzada Patagónica al +54 9 115577-0930

-donar directamente en este link:

https://cruzadapatagonica.org/webfcp/blog/2022/07/14/hambredefuturo/

Con información de La Nación

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