Coco Páez, el docente que dejó su huella en la ENET y ahora proyecta viajar en el motorhome que él mismo armó
Siempre quiso ser maestro de jardín, pero en tiempos en que Comodoro demandaba técnicos para la industria, decidió estudiar ingeniería electrónica, sin imaginar que se iba a volcar a la docencia gracias a un taller de robótica para niños, algo innovador para la época. Bernardo Damián Paéz, “Coco”, como lo conocen todos, dejó su huella como docente y hace pocos meses se jubiló, cerrando una larga trayectoria que le dejó grandes enseñanzas. Historia de un tipo simple, que se ganó el cariño de su alumnado y hoy sueña con recorrer Sudamérica en el mismo motorhome que él construyó.
“Si lo sabés aprovechar es todo satisfacción, pero hay que meterle muchas ganas, tiempo, dedicación, amor, alegría y utilidad. La educación para mí es eso: un compromiso a mejorar y desarrollar… y si es con alegría y amor mucho mejor”
Son las una de la tarde de un martes y “Coco” Páez tiene la pinta de alguien que está de vacaciones. Está apoyado en una columna de un café esperando, lleva una bermuda y una remera simple. Mientras espera mira el teléfono. Se lo ve relajado y libre de responsabilidades cotidianas y laborales.
El último verano, “Coco” se jubiló como docente y cerró así una larga trayectoría que comenzó con apenas 23 años y que le dejó grandes enseñanzas y satisfacciones. Es que él no lo duda, fue feliz enseñando, un trabajo artesanal que considera “muy recomendable” en cuanto a la calidad de vida que te da.
“Para mí la docencia es algo muy recomendable en cuanto a la calidad de vida que te da si te lo tomás en serio, porque es algo muy artesanal. Te encontrás con alguien que no sabe adónde va a llegar y tenés que ver qué tanto podés mejorar y pulir. Es algo fantástico”, dice con la pasión que transmite sólo quien ama lo que hace.
La entrevista recién comienza.“Coco” repasa su historia. Cuenta que heredó el oficio de su padre, Bernardo, un exypefeano que estudió Artes y Oficios en el Deán Funes y que además de ser modelista carpintero, en YPF, daba clases en escuelas técnicas.
Con orgullo, dice que con Romi (Ramón Abelardo Páez) y Guille, sus hermanos, mamaron la educación y el trabajo de “ser técnicos”, el hecho de “buscarle la vuelta a determinadas cosas y buscar la solución óptima para solucionar algo”.
ENTRE EL APRENDIZAJE Y EL CRECER
Los hermanos Paez crecieron en el barrio Roca, cuando aún era conocido como Cooperativa de YPF. Eran tiempos de calles de tierra y baldío, donde la única referencia del GPS humano era el Liceo Militar General Roca, aquel instituto que construyó Perón con el fin de que sea un hogar - escuela.
Como buen técnico, “Coco” estudió en el Deán Funes y en la ex ENET N°1, en aquellos tiempos en que todavía era una escuela nacional. Cuando terminó la secundaria, admite que quería ser maestro jardinero, pero sabía que tenía que estudiar alguna carrera dura. Era la demanda de la época, en tiempos en que se necesitaba capacitar a jóvenes que quisieran ingresar a la industria del petróleo. Así eligió Ingeniería Electrónica, sabiendo que no iba a ser parte de la industria, pero con el convencimiento de que también le gustaba la carrera. Al fin y al cabo, toda la vida le había interesado la técnica de las cosas.
“Siempre me gustó la enseñanza y lo técnico. Me acuerdo que cuando era chiquito tenía una radio, la desarmaba y al parlante lo ponía al lado de la almohada. Era un parlante bluetooth pero con cables”, dice entre risas. “Pavadas que te van marcando, el hecho de tratar de entender algo, tratar de arreglar o modificar”.
“Coco” cuenta que de alguna forma aquel gusto por tocar la guitarra, conectar con los chicos y tocar música infantil lo sumergió en la educación, siendo aún muy joven.
“Estaba estudiando electrónica en la universidad y me iba a un jardín a tocar una horita de guitarra o me iba a alguna obrita de teatro a tocar guitarra. Y una vez, un profesor muy avanzado tenía un taller de robótica infantil y llamó al ingeniero De Leonardi para que recomendara a alguien que trabajara con chicos. Él me recomendó, fui y trabajé en robótica infantil”.
El docente recuerda con mucho cariño aquel taller particular que luego fue de la Cooperadora de la Escuela provincial N°1. Era el año 91 y enseñaba robótica con juguetes Legos, algo muy avanzado para esa época.
“Era fantástico, todo conectado con cables, no había bluetooth, nada. A mí me gustaba porque la parte técnica la sabía y conectaba con los chicos. Pero lo que hizo ese profesor era muy avanzado”, recuerda. Esa primera experiencia fue el inicio de su camino, el primer paso de una carrera que luego iba a continuar en la escuela secundaria, donde dejó su gran huella.
EL INICIO DE LA EDUCACIÓN FORMAL
Era el año 92, “Coco” todavía estudiaba en la universidad y un amigo de su hermano lo invitó a tomar las horas que tenía como docente en la ENET, algo que no olvida.
“Me acuerdo que yendo a la ENET me agarra Santiago Sánchez, que iba a empezar ‘La Ciudad Pérdida’. Me dice: ‘mirá Coco, yo dejo mis horas, si querés agarralas vos, avisá porque yo me voy a dedicar a la radio’.”
Sánchez era profesor de instalaciones eléctricas, amigo de su hermano y de la casa. Eran otros tiempos y “Coco” aceptó el ofrecimiento e ingresó en la educación pública formal.
“En ese tiempo era así, después nos obligaron a estudiar y cambió el sistema de ingreso. Me acuerdo que mi primer sueldo fue la tele y después la cámara de fotos, no tenía a nadie que alimentar”, dice entre risas. “Tenía casi la edad de mis alumnos, iba a cumplir 23 años. Fue terrible el desafío, pero estuvo buenísimo. Sabía lo que quería enseñar pero no sabía las formas y cómo movilizar al alumno para que llegue a lo que yo quería”.
Coco asegura que “el pelo largo fue una herramienta de trabajo fundamental” para él, porque con los chicos entrabas de otra forma, “no te tomaban mucho exámén”.
Así, se sumergió en un mundo de aulas y herramientas que luego lo llevó a recibirse de profesor de Física.
Cuando piensa en la educación, “Coco” asegura que es algo artesanal y hace una analogía con lo que sucede cuando se trabaja la madera. “Uno de los grandes desafíos del docente es encontrar algo que no sirve y darle utilidad. Tenemos un pedazo de madera que está feo y sucio, le das una cepillada, lo cortás, mirás un plano y de golpe tenes un banquito que es el banquito que tenemos todos en la ENET, la joya más preciada. Eso para un chico de 13 años es tocar el cielo con las manos, y la docencia es eso, es lo artesanal, convertir una madera, tenes que tener armas para enseñar lo mismo al chico que va por un tubo, que al que viene sin comer o viene con la ropa todos los días. Y es toda satisfacción. Si te quieres llevar los problemas a casa te volves loco, porque en realidad lo que da satisfacción es poder ayudar al chico y más si luego crece, trabaja, cumple su sueño. Es impresionante”.
“Coco” lo dice y lo repite, no son logros del docente, son logros de los alumnos, pero asegura que la escuela protege. A la distancia, admite que “ahora el docente tiene mucha competencia que atrae a los chicos”. “Hoy en día el docente tiene que valerse de más armas. Antes el profesor era el que sabía, ahora tenés que ganártelo, conquistar al alumno, desde lo que sabés, a dónde van a llegar ellos y después si estás 10 horas en la escuela tenés que pasarla bien”.
El pasarla bien fue clave en la carrera de "Coco". Por donde pasó, muchos lo recuerdan como un profesor estricto pero muy cercano al alumnado, tanto que en más de una ocasión compartió viajes de estudios y viajes de egresos con sus propios alumnos.
El último año, “Coco” finalmente accedió a la jubilación con 53 años. Admite que todavía no siente el vacio del retiro y lo disfruta. “A esta altura estoy de vacaciones todavía. Pienso que no me va a costar porque al haber estudiado te das cuenta de que los chicos necesitan cosas distintas siempre. Aparte es la libertad, soy joven, sano por suerte y tengo muchos proyectos. Con Mariela, mi señora, armamos un motorhome para dos. Como docente no te imaginas ir a Egipto, recorrer el Himalaya, entonces decis, ‘quiero ir acá, quiero ir allá’”.
Con orgullo, “Coco” cuenta que todo lo que aprendió en su carrera como docente y en la universidad lo pudo aplicar en el aula y en su vida personal. El motorhome es reflejo de ello. Junto a Mariela, su señora, armaron parte por parte, hasta que se convirtió en un hogar con ruedas.
“Lo soñamos y lo compramos vacío. Todo lo que está puesto ahí es diseño y producción nuestra. Es el orden, el saber dónde querés llegar, los pasos, porque un técnico sabe la secuencia de pasos óptima para lograr un objetivo. Tardamos cuatro años en armar algo que se puede armar en seis meses, pero hubo que planificar la economía, los tiempos de trabajo, la familia. Pero siempre fue el sueño familiar y también de muchos docentes”.
Desde 2016 “Coco” transita en su propia casa rodante. Trabaja, busca a su hija y la utiliza en el día a día para ir y venir desde Astra, el barrio donde viven hace muchos años. “A veces hay que esperar una hora y me tiro a dormir, me hago unos mates, miro una película, es mi vehículo del día a día. Ahora nos vamos unos días y vamos a parar donde no haya gente, sin camping y sin cabaña. Pero también tenemos un proyecto grande en 2026, toda la costa de Sudamérica en 10 meses.”
“A toda costa” se llama la iniciativa y tiene por objetivo recorrer todas las costas de Latinoamérica, con tiempo y sin prisa. “Está bueno”, dice Coco y se entusiasma por la posibilidad de disfrutar de su descanso con su pareja, en el vehículo que él mismo armó con el conocimiento que adquirió toda su vida, entre la docencia y la técnica, la rama donde dejó una huella en varias generaciones y donde muchos lo recuerdan.