De gerente en una multinacional a ser una artista premiada en el mundo: una historia de amor, fortaleza y pintura
“A mí la pintura me salvó, me puso en eje”, dice Laura Paola Sánchez y no puede evitar emocionarse. La mujer que hace cuatro años vive en Rada Tilly es una profesional con todo lo que implica la palabra. Llegó a ser gerente de una multinacional, pero cuando nació su segundo hijo decidió dedicarse de lleno a él por las múltiples discapacidades que enfrenta. En paralelo, se metió de lleno en la pintura sobre porcelana, técnica que ahora la lleva a competir en los más grandes salones internacionales de la disciplina. Una historia de amor, fortaleza y, sobre todo, arte.
Son las ocho y media de la noche y Laura Paola Sánchez, la protagonista de esta historia, recién está despidiendo a sus últimas alumnas en el taller que tiene en su casa sobre la avenida Fragata Sarmiento de Rada Tilly.
Cuando entro, está uno de sus hijos y su esposo. Ríen entre ellos, hay buena onda, un clima cálido que se completa con el saludo del pequeño.
Laura sonríe, está entusiasmada y dispuesta a contar parte de su vida, una historia de tenacidad, fortaleza y familia. El combo perfecto que la llevó a convertirse en una referencia de la pintura en porcelana; este arte complejo que combina pinceles, química, calor y, sobre todo, fuego, mucho fuego.
“Nosotros somos alquimistas”, dice Laura a ADNSUR al tratar de explicar el complejo proceso que conlleva esta técnica. “Trabajamos con químicos y los sometemos a 800° grados y más, pero hay que tener cuidado porque si en el oro vos te excedés, arruinás toda la obra. Entonces no solamente sabemos pintar, sino también de química, temperatura y rampas. No es soplar y hacer botellas. Y, a diferencia de otras pinturas, vamos a temperatura, entonces nuestra paleta de colores cambia y tenemos que lograr resultados en una superficie fría y sin rebote”.
Laura comenzó su vínculo con este arte como un hobby. Trabajaba en una multinacional, daba clases en la universidad y quería hacer una actividad en su tiempo libre. Sin embargo, la pintura sobre porcelana se convirtió en algo fundamental en su vida.
La mujer tiene 49 años, es de Neuquén y hace cuatro años y medio vive en Rada Tilly. Llegó junto a Gonzalo, su esposo, y sus dos hijos, Manuel y Luciano.
Cuando vino ya había abierto su Almacén de Porcelana, un espacio de venta de piezas exclusivas pintadas artesanalmente.
Varios años antes, allá por 2005, había conocido la técnica. Por ese entonces, era gerente de Recursos Humanos de Sesa Select y buscaba un escape a la rutina del día a día.
A la distancia, cuenta que entre viaje y trabajo prácticamente no podía ir al taller. Sin embargo, cuando podía se sumergía en ese mundo de pintura y fuegos.
En su memoria, aún recuerda aquella primera cajita que lijó durante dos meses. También las clases y sus ganas de aprender que la llevaron a comprar su propio horno, aquel artefacto que durante cuatro meses no pudieron prender por no encontrar el cable adecuado.
En ese tiempo, Laura y Gonzalo vivían en un departamento “Mamushka” donde todo entraba perfectamente acomodado. “Ni un vaso se podía mover dos milímetros”, dice entre risas. Querían construir su casa y la prioridad pasaba por los ladrillos. Sin embargo, un traslado laboral a Buenos Aires cambió los planes, la vida y también la pintura.
“Cuando fuimos a Buenos Aires dije ‘voy a hacerlo de manera profesional’ y comencé a transitar un camino distinto en la pintura, buscando profesores profesionales y especializándome en rostro y plumas”, cuenta. “Quería buscar otro nivel en la pintura sobre porcelana, pero nació Luciano y me cambió la perspectiva de todo. Colgué tubos al techo, colgué títulos y dije ‘soy mamá’”.
Luciano tiene 9 años y nació con múltiples discapacidades, explica Laura. “Mi hijo llegó con múltiples desafíos. Tiene seis discapacidades, todas conviven y todas se pelean entre sí. Me acuerdo que cuando nació yo no tenía zapatillas, solo tenía trajecitos y tacos y fue decir ‘necesito calzado cómodo porque esto va a ser complicado’. Tuve que cambiar todo el paradigma de la vida y eso que había empezado como una cosa que hacía cuando podía, cuando no estaba de viaje, se convirtió para mí en lo que me salvó, porque a mí la pintura me salvó”.
Fueron tiempos duros para la familia. Laura recuerda aquellos días en que tenía que pasar interminables horas en el Hospital Italiano y recibía “tremendas palizas” por las noticias en torno al cuadro de su hijo. “Todo salía mal, a veces veía 7 médicos en un día y todo estaba mal. Era llegar de estar todo el día en el Italiano, con un hijo de tres años y medio que también necesitaba verme contenta. Entonces era un montón y la pintura me sirvió”.
Pero un día llegó un nuevo traslado a un lugar que conocía y que terminó cambiando y ordenando su vida. “Yo ya conocía Comodoro”, recuerda. “Cuando trabajaba viajaba siempre, cada 10 o 15 días. Una vez, una amiga, Analía, me había traído a Rada Tilly. La playa era hermosa, pero el lugar era chiquito y las calles de tierra. Y me acuerdo que cuando nos sale el traslado, Gonza me dice ‘nos conviene vivir en Rada Tilly’, pero yo le decía ‘es re chiquito’, no lo veía”.
“Me acuerdo que viajamos a buscar casa. En tres días teníamos que resolver la vida: casa, colegio para Manuel y un centro neuropediatra para Luciano. Y lo hicimos. Llevó un tiempo acomodar, pero en poco tiempo este lugar nos dio lo que no nos había dado Buenos Aires”.
Laura admite que su llegada a Rada Tilly también marcó un cambio radical en su forma de pensar la pintura. “Pensé, ‘así como he sido profesional trabajando en una empresa multinacional, voy a hacer del mismo modo desde mi casa’”. Así, comenzó a combinar su vida diaria entre terapias y cuidados, con su lado más artístico.
Lo cierto es que, por entonces, ya competía a nivel internacional con su arte. En 2013, por curiosidad, participó de un certamen en La Plata y obtuvo el segundo lugar. No lo esperaba, pero fue el impulso necesario para presentarse en un certamen nacional sin imaginar que otra vez iba a obtener el segundo puesto.
Así, comenzó a participar de diversas competencias nacionales, obteniendo importantes premios en cada una de ellas.
El más importante fue cuando ganó el Gran Salón, el mayor premio de Argentina que la habilitó para exhibir su arte en IPAT Inc. (International Porcelain Artists and Teachers), el certamen internacional de una de las organizaciones de mayor trayectoria en el mundo vinculadas a la pintura sobre porcelana, honor que Argentina solo había tenido en dos oportunidades.
Su gran logro la llevó a formar parte de una publicación de la organización y desde entonces no ha parado de participar en diferentes competencias, obteniendo medallas de oro y plata en Argentina, Uruguay, Brasil y Francia, con hermosos cuadros pintados con complejas técnicas.
Hace dos años, Laura sintió que era momento de hacer algo más terrenal y Laura comenzó a emprender.
“Decidí presentarme en PatagoniArte. Me presenté dos veces y no quedé, y la tercera me recomendó una amiga. Hice platos de Sarah Kay, tazas, cosas más terrenales. Gonza se pidió el día y el viernes no nos quedaba casi material, para mí fue re lindo”.
Laura recuerda ese momento con emoción. No solo por la respuesta de la gente, sino también porque pudo exhibir sus otros trabajos, “poner toda la carne al asador”, mostrando lo que era su arte.
“La gente no entendía que eso era pintura en porcelana, porque muchos creen que es pintar el mate o la taza y es mucho más que eso. Implica muchísimo estudio, muchísimas horas, muchísimo profesionalismo. Entonces quería mostrar lo que se puede hacer con pintura con porcelana”.
En ese evento, Laura conquistó a sus primeras alumnas, aquellas que hoy todavía la acompañan en su taller, donde tiene lista de espera para abrir nuevos cupos. También terminó de convertirse en una emprendedora y comenzó a ver con buenos ojos la posibilidad de hacer pintura en porcelana con “algo más asequible para el público”.
“Sabía que mis cuadros no eran vendibles por el valor que tienen. Imaginate que algunos tienen oro y los dos gramos salen 87 mil pesos. Entonces dije ‘bueno, esto no es vendible, pero sí un plato, sí una taza’, y comencé a participar en ferias. Para mí es algo muy lindo, porque prácticamente no salgo de mi casa y la feria me divierte, charlo con otras emprendedoras y aprendemos de lo que cada una hace. Para mí es muy lindo poder participar, aunque no es tan sencillo porque hasta la feria, para mí, es un sacrificio. No hay nada fácil. El ratón Pérez me llega con una anestesia general en un quirófano. Pero apelo a que crezca mi emprendimiento”, dice con la certeza de que trabajará para que suceda.
La charla va llegando a su final. Laura admite que nada de lo que hace lo podría hacer sin el apoyo de Gonzalo y Manuel. Ellos son quienes la acompañan cuando necesita un espacio o quienes se encargan de la casa los fines de semana cuando se aboca a una pintura.
Ya son más de las nueve de la noche y sabe que al otro día vendrá otro día de terapias y luego la clase de sus alumnas, tres horas que se pasan volando y que siempre terminan de la misma manera: brindando en unas tacitas de porcelana.
Es que, lejos de dejar de sonreír, Laura y su familia le ponen onda a la vida porque, como dice ella, siempre hay algo por qué brindar. “Yo les digo a las chicas que siempre hay algo por qué brindar, no importa que haya sido fea la semana. Puede ser el parcial de un nieto, un viaje, pero siempre hay algo”, dice con emoción mientras mira su lugarcito, aquel lugar donde pasa sus tardes entre pinturas y el cuidado de su hijo, su pequeña oficina donde funciona su propia multinacional, donde pinta platos y también piezas que exhibirá en grandes salones internacionales. Ella es Laura, la artista oculta de Rada Tilly.