“Yo llegué el 14 de julio de 1950, vine de Portugal con 17 años a cargo del capitán”, dice María José Días cuando comienza a recordar su historia. El último 3 de octubre, la mujer cumplió 90 años, toda una vida entre su tierra natal y la Patagonia, el lugar donde construyó su familia y cumplió sus sueños.

Es que como cuenta, siempre soñó con viajar, tener una casa y una tienda, y hoy con 90 años sigue al frente de su comercio, como cuando empezó.

“Novedades Susy” se encuentra en Kilómetro 8 a metros de la avenida Maíz, la calle principal del barrio. Allí, María José pasa sus días atendiendo a aquellos clientes que aún llegan y cuidando su propia quinta. Se la ve contenta y satisfecha con lo que la vida le dio, porque como dice ella ‘cree en el destino’.

Entrar a la tienda de María es como viajar en el tiempo. Una antigua caja registradora es la invitación al pasado, los hilos dentro de su propio mostrador un reflejo del comercio de antes, y las mudas de ropa, entre las nuevas y las antiguas, la muestra de la historia que tiene el lugar.

María José abrió la tienda hace 48 años, unos años después que se casó con Manuel Da Luz, ese chico que había conocido en Lisboa antes de migrar a Comodoro Rivadavia. Por ese entonces, ya era madre de Susana y Richi, y había cumplido una parte de sus sueños, aquellos que se había propuesto cuando era solo una niña y partió de Portugal. 

María José abrió su tienda hace más de 40 años. "Voy a estar hasta que la maquina me dé", dice orgullosa.

UNA INFANCIA PORTUGUESA

María José nació en un pueblito cercano a Faro, la capital de Algarve. Su infancia no fue sencilla. A la semana de nacer, su padre falleció de una pulmonía y su madre tuvo que darle pelea a la vida. 

En su pueblo hizo la primaria, pero como no había secundaria, a los 13 años, cuando su madre se volvió a casar, se fue a vivir con sus tíos al pueblo. Por ese entonces, ya soñaba con conocer Comodoro Rivadavia, aquel lugar donde estaban sus abuelos y sus tíos. 

A la distancia, aún recuerda aquellas cartas en que su tía le decía que el lugar era lindo, un sueño, y también la correspondencia de su abuela, que decía que no era lindo, pero vivían bien.

A ella no le importaba, solo quería venir a estas tierras donde parecía que todo era distinto; y una noche, decidida, reunió a su familia para contarles que quería venir a Argentina.

“Yo siempre quise venir a Argentina, necesitaba una carta de llamada, no era tan fácil, pero yo quería venir. Hice una reunión con mis tíos y mi mamá. Mi mamá dijo ‘no te vamos a sacar el gusto, de chiquita querés ir’. Mi tío me dijo ‘yo te doy toda la plata para que vayas, pero no doy un paso para que vayas’. Y así empezó todo”, cuenta a ADNSUR.

María José (izquierda) junto a su prima Julinha, cuando aún vivía en Portugal.

María cuenta que luego de esa reunión, su abuela envió la carta de llamada que en ese entonces se utilizaba para poder inmigrar. Así, inició los trámites completando formularios y demás obligaciones. Luego solo quedaba esperar. 

Lo cierto es que el tiempo pasaba y la carta nunca llegaba, hasta que un día, cansada, decidió averiguar qué pasaba. “Me acuerdo que fui y me dijeron: ‘acá no hay ningún papel’, pero yo le dije que había iniciado el trámite, que no podía ser y el hombre empezó a buscar y en un rincón los encontró. Me dijo: ‘Nunca iban a llegar los papeles, menos mal que vino’ y me acuerdo que me preguntó ‘¿usted realmente quiere ir para Argentina?’”.

Dos semanas después, María José estaba viajando a Buenos Aires desde su pueblo natal. El 7 de junio dejó su casa y durante una semana estuvo en la capital portuguesa, el lugar donde se dio cuenta de la decisión que había tomado.

Es que con su alma de niña, nunca dimensionó lo qué significaba dejar su casa y aventurarse a tierras prometidas. Pero en Lisboa, ya lejos de su familia directa, se dio cuenta que nada era tan sencillo como pensaba. 

Finalmente, el 14 de junio el barco partió con destino a Buenos Aires. Como era menor ella quedó a cargo del capitán. 

María junto a su madre.

UN LARGO VIAJE

María José recuerda que durante el viaje en barco todos los días había fiesta, pero ella prefería la tranquilidad del viaje y rechazó más de una invitación, incluso la de un joven que luego volvería a cruzarse en su camino. 

En Buenos Aires, ella fue recibida por sus abuelos, quienes tuvieron que viajar a capital porque era menor. 

Por ese entonces, no había aviones ni colectivos de larga distancia para viajar de Buenos Aires a Comodoro. El barco era la manera más sencilla de llegar a esas tierras prometidas a las que arribaban tantos europeos.

María José recuerda que a la ciudad llegó de noche, y la tripulación decidió que era más oportuno desembarcar al día siguiente. 

Esa noche, en medio de las estrellas y las luces, una mujer le contó con qué se iba a encontrar. Le dijo que en esa luz de la izquierda había un palacio, que en la luz de la derecha otro, y en la luz del centro, un tercero. Sin embargo, al otro día, cuando el sol salió e iluminó la costa, se dio cuenta que no había palacios, tampoco flores y verde como le había dicho su tía, solo viento y la briza patagónica que uno solo puede querer con el paso del tiempo. 

María aún lo recuerda: “Era una cosa muy distinta, no había verde, no había flores. Me acuerdo un viento, pero yo jamás mandé a decir que extrañaba”.

VIVIR EN COMODORO

Los abuelos de María vivían en el barrio Cemento, por esa razón, ese fue su primer lugar donde vivió en Comodoro Rivadavia. Y como tenía que buscar algún oficio decidió estudiar corte y confección, algo habitual en la época para las señoritas. 

En ese espacio, cuenta la mujer, conoció a algunas amigas que la acompañan hasta hoy. Mientras que al amor ya lo había encontrado. 

María José finalmente se casó con el chico que había conocido en Lisboa. “A los tres meses fui a un baile y me lo crucé, yo tenía una alegría porque era alguien conocido. Cada tanto me lo cruzaba y me acuerdo que al año me habló que quería ser mi novio, pero yo le dije que no, que quería vivir la vida. Pero fue muy vivo, porque esperó un año y otra vez me preguntó si todavía pensaba lo mismo. La verdad a mí ya me gustaba, así que le dije que vaya a mi casa pero como amigo, no como novio, porque no lo conocía. Mi abuelo no quería saber nada, pero le dije lo mismo, que no lo conocía y quería conocerlo, y me dejó que vaya a tomar mate”.

María José recuerda aquel día en que su futuro esposo fue a visitarla. “Había un viento tan grande que volaban piedras. Yo le dije que lo iba a esperar en la parada, pero no estaba. Dije ‘no, este me miente una vez, no me miente más' y me fui, pero cuando llegué a mi casa me abrió la puerta. Me preguntó: ‘¿cómo que vine a tomar mate?’, y le dijo a mi abuelo, ‘yo vine a pedirle la mano de su nieta’”.

Lo cierto es que a María José le preocupaba no conocer a Manuel. Sin embargo, él le propuso intentarlo: “Me dijo ‘no importa, vamos a ser sinceros, si vemos que no anda bien, lo dejamos’, pero entró a la familia, a mis tíos les encantó y así empezamos”.

Durante un año y medio María José y Manuel estuvieron de novios. Luego se casaron y comenzaron su camino juntos. Kilómetro 5 fue su primer barrio. Por entonces, él ya trabajaba en Petroquímica. Por esa razón, cuando llegó Susana la empresa le prestó una casa en el 8, años más tarde finalmente se mudarían a la casa donde vive hoy en día, y donde cumpliría el resto de sus sueños. 

 “Cuando vine acá mi locura era tener una casa, no importaba el tamaño, y al lado una tiendita. Entonces cuando compramos la casa le dije a mi marido: ‘si me hacés un localcito yo pongo una tienda’”.

Manuel juntó a María José.

DE AMA DE CASA A COMERCIANTE

En un principio, María José vendía la ropa que ella misma cosía. Sin embargo, luego decidió apostar en grande y comenzó a viajar a Buenos Aires. Los primeros pedidos eran chiquitos, con la poca plata que tenía para invertir, pero con mucho entusiasmo en una época en que en la zona norte había poca oferta de comercios. 

“No había nada en el barrio", recuerda. "Me acuerdo que todos los días venía un señor, me abría la puerta y me decía ‘acá no vas a hacer nada, si vendés vino te va a ir bien’. ‘No se preocupe’ le decía yo. Pero la verdad que fue difícil al principio”.

Lo cierto es que a María José le fue bien. Los viajes a Buenos Aires se hicieron más frecuentes y muchas veces la acompañaba algún amigo y familiar. Por supuesto, como le pasó a muchos comercios minoristas, el ingreso de productos chinos y la llegada de grandes supermercados y tiendas, hizo que poco a poco cayeran las ventas en los negocios barriales, y Novedades Susy no fue la excepción.

Novedades Susy es un clásico de Kilómetro 8.

Al comparar el pasado con el presente, María José no duda en afirmar que "ya no es como antes. Los precios aumentaron y yo ya no traigo lo que traía. Pero además el local estuvo tres meses cerrado, porque fuimos a comprar a Buenos Aires y al otro día empezó la pandemia, así que me quedé con toda la mercadería guardada”.

Ese viaje del que hace referencia fue el último vuelo de María José a Capital Federal. Con 87 fue a comprar ropa, acompañada por su hija, con el único objetivo de seguir abasteciendo su comercio, sin saber que sería la última vez.

Con 90 años recién cumplidos, María José sabe que le queda poco tiempo a la tienda, pero no se achica. “Yo siempre le digo a mi hija, ‘mientras la computadora ande, déjame estar. Igual creo que dentro de un año o dos más cierro, porque me siento bien, pero el negocio ya no da tanto”, admite.

María José ya tiene la persiana abierta. Son las 10 de la mañana y otro día de trabajo acaba de comenzar. Lo disfruta y entre recuerdo y recuerdo, dice: “No puedo pedir más a la vida. Estoy orgullosa de ser portuguesa y de haber tenido 2 hijos, 3 nietos y una bisnieta argentina. Si tengo que titular mi vida, titularía ‘una página de amor’, porque mi mamá cuando vino me decía, ‘María José, en tu casa se respira amor, gracias a Dios’. Este fue mi sueño de chiquita. Yo soñaba que quería viajar, tener una casa y una tiendita, y así fue siempre”, dice con una sonrisa y la tranquilidad de que cumplió su sueño.

María José recientemente cumplió 90 años. Aún atiende su tienda y cuida su quinta, aquel lugar que tanto cariño le ha dado.
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