Él es chef, ella bartender y hoy junto a su hijo recién nacido, atienden uno de los restaurantes mas reconocidos de Comodoro
“La gastronomía es una forma de vivir”, asegura Pablo Soto y lo dice por experiencia propia. El cocinero y empresario, uno de los más conocidos de la región, hace más de 20 años que se dedica a la gastronomía. Sabe que no hay horario de entrada y tampoco de salida, y hoy, junto a Paloma Simoes, su pareja desde hace más de dos años, dirigen el equipo de Molle Verde, el restaurante con más identidad local que tiene la ciudad. Historia de una familia que vive la gastronomía 24/7 y ahora tiene un legado de la mano del pequeño Antonio, un bebé de apenas un mes que surgió del amor entre fuegos y recetas.
Él cocina, ella hace cocteles. Él era jefe, ella empleada. Sin embargo, algo en común los unió: el aroma de la cocina española que comenzó a aparecer entre charla y charla. El chef Pablo Soto y Paloma Simoes se casaron hace 5 meses y hace menos de un mes se convirtieron en los padres de Antonio, un pequeño que esta semana tuvo su primera experiencia de trabajo en Molle Verde.
La ausencia de una moza obligó a pensar en un reemplazo, y Paloma volvió al restaurante que tanto extraña por estos días de maternidad y donde trabajó hasta el último día con Antonio como espectador de lujo dentro de la panza. Es que desde hace un tiempo ya forma parte del equipo principal de Molle, y junto a Pablo piensan diferentes estrategias para poder atraer a clientes en tiempos de precios altos, recesión y pocos comensales. Pero vamos al principio de esta historia gastronómica.
Los inicios de Molle
Molle abrió sus puertas en marzo de 2023, en una restaurada casona de YPF. Luego de una extensa carrera que incluyó un gran paso por el Hotel Austral y la cocina independiente, representando a Comodoro y Chubut por el mundo, Soto decidió que era momento de tener su propio restaurante. Para hacerlo, se apoyó en lo que siempre creyó: una experiencia visual y sensorial de la mano de productos autóctonos de la zona, desde pescados y mariscos hasta el tan reconocido cordero patagónico, una propuesta diferente y única.
Así comenzó la historia de Molle. Los primeros meses, el restaurante trabajó con invitación, ofreciendo un menú de cinco pasos y captando la atención de la comunidad. Eran tiempos de probar, analizar y ejecutar, hasta que el 26 de noviembre se produjo la inauguración oficial. Los primeros meses fueron buenos, pero al finalizar el verano surgió la necesidad de incorporar una bartender al equipo de Molle y Paloma entró en escena.
Por ese entonces, ella trabajaba los fines de semana en un boliche y tuvo una entrevista con su ahora esposo. Por supuesto, ella no lo olvida. “Yo no conocía Molle, pero cuando entré, dije: ‘me quiero quedar acá’. Ese día de la entrevista charlamos, pero pensé que no me iba a llamar. Pasó una semana y me llamó y me dijo: ‘vení a cubrir el puesto porque no tengo a nadie en barra’. Vine pensando que eran uno o dos días, pero me dijo: ‘vení mañana’, después de nuevo y finalmente me habló para quedar fija.”
El amor por la cocina española
Lo cierto es que él era jefe y ella empleada, y decidió elaborar su primera carta de cocteles. Paloma nunca lo había hecho. Sin embargo, no había tiempo y se animó, recordando aquellos días de niña, cuando su abuela la sumergía en el mundo de la cocina y esos aromas que quedaron para siempre.
“Me acuerdo de que empecé a recordar qué sabores quedaban bien combinados y qué técnica podía aplicar en los tragos. Una vez que hice eso, fui combinándolos y luego me junté con Pablo; le conté un poco mi idea por dónde iba. Me contó la consigna de que fueran destilados regionales y bebidas nacionales, dándole impronta a la nueva coctelería patagónica”.
Era abril y recién florecían las retamas. Aplicaron cítricos, pensando que venía el invierno, e idearon cocteles con mayor graduación alcohólica para aplacar el frío.
Paloma hizo un mojito de mandarina con el romero de Molle, y así pasó a formar parte del staff del restaurante, impulsando esta nueva coctelería patagónica.
De a poco, los aromas fueron haciendo lo suyo, entre charla y charla y jornada de trabajo. “Los dos venimos de familia española y ahí comenzamos a hablar más de las técnicas de cocción, de sus bases, de que también la coctelería tiene las bases de la gastronomía con las técnicas de conexión y que lleva alquimia pura. Entonces, ahí nos empezamos a juntar; yo le empecé a hacer las redes y surgió el amor”, dice Paloma entre risas. Pero lo que más los unió fueron las recetas y cómo cocinaba cada uno. Él me decía: ‘¿No probaste poner esto?’, conversando abajo de la campana de extracción. Yo dije: al fin un amigo varón, pero después me enamoré de su esencia.”
Lo cierto es que ellos se conocían de antes. En una ciudad donde aún se conocen todos, se habían cruzado en varios eventos de la industria, desde un evento de coctelería en Rada Tilly hasta una clase de cocina en el Lucania.
“Creo que fueron señales que, de a poquito, se concretaron en una realidad”, dice Pablo al recordar esos encuentros casuales. “Yo soy directo y me acuerdo de que lo primero que me llamó la atención es que ella iba para adelante y eso es fundamental, la actitud. Es lo que me sigue llamando la atención hoy, pero congeniamos inmediatamente. La química no solo se dio en el trabajo diario, sino en la vida diaria, porque la gastronomía es una forma de vivir”.
Como dice Pablo, Paloma va para adelante, y uno de sus puntos de quiebre en la relación fue el día que prácticamente le puso los puntos. “El capitán seguía de joda”, cuenta el chef, y la joven principiante no dudó en ponerlo en órbita. “Yo soy muy observadora y comencé a analizar todo. Le dije: ‘Pablo, quiero hablar con vos’. Hacía dos semanas que estaba trabajando acá, no estaba fija ni nada, pero lo senté en la barra y le dije: ‘El restaurante es un barco, vos sos el capitán y nosotros somos los que vamos en el barco. Si vos te hundís, nos hundimos todos. Avisame porque yo renuncio.”
Pablo no podía creer lo que estaba sucediendo. Sin embargo, “que a los 50 años te digan la verdad te marca y te hace caer en la realidad”, admite. Desde ese entonces, algo comenzó a cambiar y un día se encontraron de la mano detrás de la barra; había surgido el amor.
“Yo creo que ese fue el día en que decidimos comenzar a salir”, dice Pablo. “En ese momento se sellaron cosas y el silencio habló. Realmente la admiro como mujer, la garra que tiene, como luchadora, los valores que son similares a los que tengo yo y a cómo me formó mi familia, chapados a la antigua, que tienen que ver con la familia, respetar al otro y la convivencia diaria que nos permite estar en armonía a pesar de la diferencia de edad."
Durante un año y 8 meses estuvieron de novios, hasta que el último 20 de febrero, nació Antonio con 2380 kg. “Es algo hermoso”, dice Paloma. “Se adelantó, se nota que ya quería vivir esta experiencia con nosotros. El jueves 20 de febrero me levanté diferente y nos fuimos a la guardia de la Española y ese medio día nació Antonio”.
La familia gastronómica
La pareja está en ese sueño tan lindo que representan los primeros meses de vida, una aventura única que regala hermosos momentos y grandes responsabilidades. Ambos admiten que fue una decisión ser padres. Lo soñaron toda la vida, lo charlaron, y la decisión del “cuándo” quedó en manos de Paloma.
“A la noche es terrible”, dice Pablo y no puede dejar de mirarlo. Está baboso, se lo ve, mientras mira y le toca la manito al pequeño Antonio. “Es hermosa la vida con él, estamos chochos, es re lindo. No pensás en nada. la gente de afuera te dice ‘¿viste lo que pasó ahora?’. No miro nada más que a mi hijo, no me importa nada”, admite Paloma.
Por estos días, la bartender está de licencia por maternidad, pero no aguanta el momento de volver. Por primera vez, esta semana fue junto a Antonio, actualizó la carta y se encargó de la atención de los clientes ante la ausencia de una moza. Para ella fue volver a trabajar por un ratito, algo que realmente extrañaba.
Es que, como dicen, cuando estás en este mundo, “te levantás pensando en la gastronomía”. “Esto es lo que nos apasiona. Yo me levanto y lo llamo a Yamil por las redes, pienso en el producto que podemos ofrecer, en los tragos de Paloma, y estás todo el tiempo pensando en gastronomía y en ofrecer lo mejor”, dice Pablo. “Es así, yo siempre le digo en broma a uno de los chicos: ustedes tienen suerte porque se van del trabajo y se termina, pero yo abro la heladera y está Pablo, en la mesa, también, y siempre estamos pensando en qué podemos hacer. Es algo que nos gusta."
En casa de gastronómicos, hasta los desayunos son diferentes. Huevos revueltos franceses, con manteca y queso crema, sobre una tostada, "es el desayuno perfecto", dice Paloma, aunque a veces también puede ser con una capa de mermelada. Lo cierto es que en la casa de los Soto -Simoes todo tiene un toque especial, desde esas patas de pollo recicladas a la mostaza con unos portobellos y una provoleta, hasta el churrasco. Por supuesto, a veces también eligen salir por su cuenta y las mejores opciones son el carrito de pizza de Gastón en Km 5, el Hotel Austral, que hoy encabeza Guido y que fue una de las escuelas de Pablo, y alguna degustación en Musters, para mantenerse actualizados con las novedades de la industria.
Aunque como buenos gastronómicos, mientras otros cenan en restaurantes o puestos de comida, ellos están en su salón, sorprendiendo a sus clientes con exquisitos platos de autor. Así, la cena queda relegada a la madrugada o el picoteo de la tarde - noche.
Mientras la charla avanza, Antonio descansa, mueve su mano y se estira. “Quiero que sea feliz”, dice Soto. “Mi viejo dice: ‘no lo hagan gastronómico, déjenlo vivir’. La realidad es que lo va a vivir porque es un integrante más de Molle Verde. Después será elegir qué es lo que más le gusta”, sueña con alegría, soñando también con el futuro de Molle, el restaurante boutique que se convirtió en un proyecto familiar y supo transformar su propuesta de gastronomía de cercanía para que esté al alcance de todos.
