El Vasco Salaberry, el cantautor y narrador de la vida petrolera en Comodoro
José “el Vasco” Salaberry es uno de los grandes cantautores que dio Comodoro Rivadavia. Con su música y sus letras, narró la vida de una región donde el frío y el viento calan hondo, pero también habló sobre el trabajador petrolero, aquel rubro que conoció en primera persona y que lo llevó a ser jefe de operaciones. Es la historia de un hombre que recorrió el Comodoro de antes, que lo recuerda y lo narra como pocos.
El boliche de Luque, el barrio Payaguala, el Hospital Vecinal de la calle Urquiza y playa Sud, cuando el paisaje de la costa de Comodoro era mar y tierra y poco cemento. Los recuerdos salen de la voz del Vasco Salaberry, con un vozarrón que no necesita micrófonos e invita a un paseo por la historia, como solo narran aquellos que han caminado mucho su lugar. El Vasco es uno de ellos. Desde hace 40 años, canta canciones sobre la Patagonia, y desde hace 73 recorre las calles de su ciudad, aquel Comodoro de antes que hoy solo son recuerdos.
El Vasco nació el 22 de junio de 1949, en el hospital vecinal de la calle Urquiza, aquel primer nosocomio que fue la antesala del Hospital Regional. Nieto de un vasco venido del lado de Francia e hijo de un obrero de YPF y una madre chilota, como se denomina a quienes vinieron de la Isla de Chiloé, creció entre cuatro hermanos.
Los primeros años de su niñez los vivió en la playa Sud, sobre la avenida Hipólito Yrigoyen, donde hoy está el complejo Las Torres. En ese entonces, el paisaje era diferente y, cuando había mar de fondo, el agua entraba hasta su patio.
Cuenta el Vasco que en ese lugar vivió hasta que tuvo cuatro años, cuando, junto a su familia, tuvieron que mudarse a Mendoza por una enfermedad que afectaba a su madre. Por ese entonces, ya la habían tratado en Buenos Aires, donde, durante 8 meses, peleó por su vida y logró salir adelante.
Salaberry asegura que fueron tiempos duros para la familia. Él era chiquito, pero recuerda la soledad que solo deja la distancia de quienes más queremos.
Su estadía en Mendoza duró poco. Cuando tenía 6 años, su familia volvió a Comodoro y se fue a vivir al barrio Industrial, justo en la curva donde, años antes, había volcado la Canchita, hecho que recordaba por una cruz que había colocado la marina naval.
“Era todo campo, me acuerdo muy bien”, dice Salaberry sobre aquellos años. “Había un picadero de flechas donde las juntábamos y las cambiábamos por caramelos a un caballero, que era Epifanio Verdura. A él le servían para hacer su negocio como joyero, pero nosotros éramos niños y lo que nos interesaba eran los caramelos”, recuerda entre risas.
Como estaban alejados de todo, la educación había que buscarla lejos de casa. Eran otros tiempos y no había tantas escuelas. Así, terminó haciendo la primaria en la Escuela 24 (hoy 83) y, tiempo después, se fue a la 105, donde habían estudiado sus hermanos. Por entonces, la institución funcionaba en el Hogar Escuela que había fundado Perón unos años antes y que hoy se conoce como Liceo Militar General Roca.
“Fue una época linda. Me acuerdo que Juan Calo era maestro. En la escuela 13, que también funcionaba ahí, estaba Eduardo Bernal. En la zona estaba el barrio Payaguala, que estaba por el asentamiento de los Payaguala; conocí el boliche de Luque, que por entonces estaba en el barrio José Fuchs. Me acuerdo que en la zona de Las Torres estaban en el R1 las pasarelas que tenían equipos de bombeo que entraban al mar. También estaban el R2 y el R3, que llegó a tener 12 pozos en producción. Nosotros íbamos a pescar, a jugar y nos tirábamos al mar a nadar. Fue una linda época”, dice con nostalgia.
Los Salaberry vivieron durante varios años en ese enorme sector despoblado, donde también estaba el kiosco de los Peñalva, un polvorín del ejército y el horno de los Belcastro. Sin embargo, cuando las fábricas llegaron, los reubicaron a otros barrios. Así, en 1958, se mudaron al barrio Las Flores, en la calle Sarmiento.
UNA VIDA DE TRABAJO
El Vasco le esquivó a la educación, pero se volcó al trabajo, vendiendo alguna revista en la calle y lustrando algún zapato, hasta que a los 15 años entró a Bonafide, la empresa de café que funcionaba en todo el país y que en Comodoro tenía una sucursal en la calle San Martín; un aroma que aún perdura en quienes lo conocieron.
De ese lugar, el Vasco guarda los mejores recuerdos. “Yo envolvía regalos o hacía café. Me acuerdo de que el doctor Schneider iba siempre. Él llegaba y decía: ‘Espero que me atienda el señor Salaberry’. Yo tenía 15 años, pero nos decían así, señor o señora. Era un pingazo. Ahí nos hacían vendedores, te enseñaban a trabajar, mostrando la bondad del producto y dando otras opciones a quien se acercaba a la empresa, porque esa es una habilidad que se aprende cuando se es buen vendedor.”
Tras esa experiencia, con solo 17 años, Salaberry ingresó al petróleo, uno de sus lugares en el mundo. Cañadón Seco fue su primera parada, como chofer guinchero, trabajando 52 días en el campo y regresando otros cuatro para ver a su familia.
El Vasco recuerda que aquel norteamericano que lo ayudó a sacar el carnet, poco tiempo después lo invitó a que se fuera a trabajar con él a Estados Unidos, pero rechazó la oferta porque quería hacer el servicio militar en su país. Así, a los 20 años hizo la colimba en Puerto Deseado. Es que, como dice, para él la Patria no es cualquier cosa. “Mi nacionalismo siempre fue muy fuerte para mí, lo sigue siendo, no patrioterismo barato, sino bien entendido, con el respeto en el país que vivimos, que es hermoso. El resto es harina de otro costal”, dice con seguridad.
Una vez que salió del servicio, el Vasco comenzó a trabajar nuevamente en el petróleo y, poco tiempo después, fue trasladado a Neuquén, donde fue jefe de operaciones con 182 personas a cargo. “Estuve en Catriel, en Malargüe, el petróleo me llevó a andar por todo el país. Estuve en cuatro empresas al final de los caminos, monté máquinas de explosivo en Río Negro, trabajé en cementación, perfilaje, en pesca, en equipo, en torre. Conozco de todo un poco, pero de algo no conozco todo. Pero ese fue mi oficio, que me llevó a estar en plataforma, mar adentro”, cuenta con orgullo al repasar lo que fue su vida laboral en la industria del oro negro a la que tanto le cantó.
EL VASCO Y LA MÚSICA
Cuenta el Vasco que, a los 14 años, comenzó a tocar música. Su hermano era seguidor de los Linyera y decidió regalarle una guitarra, sabiendo que en su casa la música sonaba siempre en el tocadisco. Pero fue recién en la década del 80 cuando se subió a un escenario, siguiendo el consejo de su señora.
“Yo recién había llegado de Neuquén y un día había una peña y mi señora me dice: ‘¿Por qué no cantás vos, si cantás bien?’. Primero dije: ‘No, yo no soy un artista, canto en asados’, pero fui, canté, gusté y después me prendí en un concurso que gané. Así empecé.”
Con orgullo, Salaberry cuenta que desde que comenzó a cantar siempre le cantó a la Patagonia, porque “es la idiosincrasia que tengo y amo la tierra de este sur”.
Sus primeros pasos fueron en eventos locales, siempre con el nombre del Vasco, hasta que en 1984 tocó en el Festival Austral de Truncado, sin imaginar que dos años después ese evento le iba a dar la mejor noche de los años que ha tenido en el folclore.
“En el 86 logré aquello que es para recordarlo siempre", cuenta con orgullo. "Toqué atrás de Teresa Parodi, que era la número 1 del país, que estuvo una hora y veinte y la hicieron volver tres veces al escenario. Y atrás de ella salió con quien te habla y logré que la gente me pida un bis. Mis compañeros, que eran el Negro Mercado, en la primera guitarra, y el petizo Jerónimo Bedoya, que estuvo con Giménez Agüero, lloraban y me decían: ‘grábate esto porque no se repite todos los días, tenés eso que te hace artista y la gente percibe: hablaste, te escuchó y llegó tu mensaje’. Por eso le digo a los muchachos que si cantan, canten con el alma, con el corazón, porque si cantan como a quien le aprietan un botón, no tiene sentido.”
Durante su trayectoria, Salaberry pasó por diferentes escenarios. Alguna vez tocó en ATC al País; en Palermo, siendo artista de UATRE; en la peña de Mataderos, la Fiesta del Poncho (2003, 2013) y también Cosquín, tanto en el escenario mayor como en las peñas, entre ellas la peña oficial Los Nocheros en 1998. Pero su mayor orgullo es haber traído la subsede del Cosquín a Comodoro.
Sobre esa gestión, cuenta: “En ese tiempo, yo llevaba a mis hijos a competir a Rawson, pero se me ocurrió, junto a la señora Beatriz Balducci, traer la sede acá a Comodoro. Lo hicimos mancomunadamente en 2002 y después se la dimos al Municipio. Le pusimos el nombre de Lito Gutiérrez, con permiso de la señora, y comenzó. Gracias a eso, muchos jóvenes llegaron a tocar en Cosquín.”
Multifacético, el Vasco siempre supo de cerca lo que era el trabajo y nunca le esquivó a las herramientas. Sin embargo, hace algunos años sufrió un accidente que cambió todo. “Estaba haciendo un arreglo en un techo y se me fue la amoladora. Rebotó, se enganchó en la camisa, no la pude parar y me cortó la mano. Consecuencia: tendones, venas y todo lo que significa la parte motriz de la mano.”
Cada tanto, el Vasco mira la guitarra con nostalgia. Ya no puede tocar, pero agradece que su hijo Esteban lo acompaña cuando puede, y así puede seguir cantando y componiendo.
"No es que seamos mejores ni peores, pero cantamos con fundamento. Yo le canto a YPF, como homenaje a todos los que vinieron, al haber arriado animales, haber trabajado en el petróleo, el poder hablar con propiedad, porque para amar tu pueblo tenés que caminarlo, entender como es lo nuestro”, dice este hombre que eligió el folclore para contar parte de la historia de su lugar, aquel que guarda recuerdos de lo que fue.