El pueblo de calles silenciosas y casas bajas que deberías marcar en tu GPS
Las Plumas, el pequeño pueblo chubutense que sorprende con su yacimiento de petroglifos. La sencillez y la naturaleza de su entorno lo convierten en un destino que despierta el interés de los turistas. A continuación, una guía de las actividades que podés hacer.

Hay una roca grande que cayó desde el cerro, descansa sobre la tierra y las jarillas la rodean. Sobre la superficie dura, hay líneas y círculos que se entrelazan. Quien la mire distraído no verá más que unas piedras rotas entre las matas. Esas marcas, sin sentido aparente, son petroglifos, y representan nada menos que el símbolo previo a la escritura.
Las Plumas no suele estar en la agenda de lugares por conocer, y no es porque no se lo merezca, simplemente se desconoce su riqueza y su historia. Es por eso, queridos y potenciales viajeros, que se les recomienda marcarlo en su GPS.
Este pueblo está ubicado sobre la Ruta Pcial. Nº 25, entre Trelew y Los Altares, a unos 548 kilómetros de Comodoro Rivadavia. ¿Cuántas veces han atravesado esa ruta y tal vez no han frenado ni para sacarse una foto en el río Chubut? Mal hecho, un buen viajero debe pecar de excesiva curiosidad.
A Las Plumas no lo anuncian grandes carteles, y lo primero que se ve, si se viaja de este a oeste, son un par de carritos de comida que ofrecen calmar el estómago del viajero. Una estación de servicio, algunos cerros y el puente que flota sobre el río Chubut.
Para la próxima salida se les sugiere a los turistas frenar y bajarse del auto, comprarse un conito de ricas papas fritas y preguntarles a los lugareños ¿Qué podemos conocer en este lugar?? A partir de ese momento se abrirá un portal que les permitirá recorrer el pueblo y llevarse muy buenas sorpresas.
Las Plumas no tiene más de 600 habitantes y sus casitas bajas se expanden a ambos lados de la ruta. El río Chubut serpentea el pueblo, es como si lo sostuviera. Da gusto recorrer sus calles silenciosas, donde las propias pisadas producen eco.
Es posible que allí nadie salga a dar una vuelta para mirar vidrieras. Hay algunos almacenes, una tienda de ropa y un par de bares, la mayoría improvisados en casas de familia. Las calles son anchas y en sus boulevares siempre hay algún perro que descansa sin sobresaltos.
Esta comunidad es auténtica y no ofrece luminarias ni espectáculos despampanantes. Su gente comparte el orgullo que siente por su tierra y abre el corazón del pueblo a quien esté deseoso de escuchar y mantener los ojos bien abiertos.
UN MUSEO
¿Hay algo para hacer acá? Podría ser la pregunta de quien cree que en Las Plumas no pasa nada. ¡Error! Siempre hay un vecino amable que tiene propuestas para sugerir, por ejemplo, visitar el Museo de Arte Lítico Tehuelche.
“Vas derecho por esta calle, haces 5 cuadras, luego doblas a la izquierda y vas a ver un cartel con luces que dice 'abierto'.”
La palabra museo dispara la imaginación del caminante y es posible que lo lleve a buscar un edificio grande, tal vez de varias plantas. Pues en Las Plumas el museo es muy pequeñito y discreto, y para encontrarlo hay que mirar con muchas ganas.
Este lugar es propiedad de un vecino de Las Plumas, Carlos Bascur. Él es profesor de Ciencias Agrarias y Ganaderas y director de la única escuela secundaria de allí. Desde chico, aprendió junto a su padre a detectar flechas, herramientas y rastros de los pueblos originarios.
Un cartel con luces rojas anuncia que el museo está abierto, y aquella habitación de pocos metros que se desprende del hogar de Carlos y su familia está repleta de vitrinas y estanterías con flechas, raspadores y cuchillos.
Carlos es de los que aprieta fuerte la mano y, mientras habla, no les quita la vista a sus flechas; todas tienen una historia, de dónde y cómo las encontró. Tiene por costumbre caminar y mirar al piso; es que él se crió en el campo y, con su padre, aprendió casi como un arte a descubrir entre la tierra y las matas.
¿Qué significan para vos todas estas cosas? Carlos buscó palabras para explicar y los ojos se le llenaron de lágrimas.
“Una punta de flecha hallé una tarde semioculta, perdida en la maleza, clavada en una herida que ella abriera en el pecho desierto de la tierra…”. De su boca brotó un fragmento del poema “Punta de flecha” de Marcelo Berbel y no hubo mucho más que agregar.
“Cada cosa que encuentro la guardo y la catalogo; acá llega gente de todo el mundo. Para mí no son simples objetos, cada flecha, cada cuchillo representa miles de años de historia. Alguien la sostuvo en sus manos, como yo ahora”, afirmó Carlos.
Él es autodidacta, investiga en libros y comparte conocimientos con otros. Siempre hay alguien que le trae algo que encontró en el campo, y a veces sale con su familia a buscar señales de aquellos primeros habitantes. Buscar y encontrar es un deseo inagotable.
La historia de los pueblos tehuelches, que se desplazaban según las estaciones del año en búsqueda de comida y buen clima, está guardada entre la tierra y las rocas.
UN YACIMIENTO DE PETROGLIFOS
A unos 2 km del pueblo, por una huella en el campo, se puede llegar al yacimiento arqueológico de petroglifos: Piedra Calada. Allí se ven símbolos tallados sobre la roca que tienen más antigüedad que las pinturas rupestres.
Nancy Catrilaf, la esposa de Carlos, es quien habitualmente acompaña a los turistas hasta el yacimiento. Ella camina e identifica plantas: jarillas, molle, algarrobillo; las conoce a todas porque las mujeres en su familia las usaban para sanar.
Al llegar a la base del cerro, no hay ninguna señal que identifique los petroglifos, pero ella los conoce de memoria y, sin dudarlo, guía a los viajeros: “Esta roca, aquella a 3 metros más arriba, esa, atrás de aquella mata”, y al acercarse a las piedras, las rocía con un poco de agua; así las figuras talladas se pueden observar mejor.
Desde los cañadones y a lo lejos, se ve un casco de estancia y una arboleda que indica que el río está cerca. Si se afina un poco la vista, se observan las casitas del pueblo que custodian el yacimiento. De vez en cuando, Carlos y Nancy salen de recorrida para ver si se cayó otra roca, que en sus paredes guarda el rastro de los pobladores de hace miles de años.
EL VIEJO HOTEL LAS PLUMAS
En 1887 se construyó el ferrocarril que salía desde Puerto Madryn y pasaba por esa zona, donde la gente echaba raíces. Llegó el día en que hubo que construir un hotel: el Viejo Hotel Las Plumas, que es uno de los edificios más antiguos y fue construido en 1904.
Sus paredes de adobe y piedra toba se mantienen en pie, a la espera del viajero cansado y deseoso de comer un plato de comida bien casera. Las habitaciones del hotel mantienen la distribución de hace más de 100 años; todas dan a un largo pasillo vidriado con vista a un jardín.
Su propietaria es Marta Elena Friths, quien cocina, recibe a los turistas y hasta lleva adelante una panadería que funciona en la misma propiedad.
“Acá llega gente de Europa, de Estados Unidos y de todos los puntos del país. Como es un hotel tan antiguo, se sienten atraídos”, afirmó Marta.
El timbre del comedor anuncia a los clientes que llegan en búsqueda de una buena cama para pasar la noche. Las mesas siempre están preparadas con un mantel de hule, a la espera del viajero que recorre estas rutas lejanas y descubre destinos inesperados.
TURISMO Y ACTIVIDAD AGRÍCOLA GANADERA
La actividad agrícola-ganadera fue el pilar económico de la región, pero hace años que ya no es lo mismo. Muchos vecinos cuentan que en Las Plumas hay grandes campos abandonados, que los pumas depredan y que es muy difícil sostener un establecimiento ganadero.
Carlos Bascur es el director de la escuela secundaria que tiene orientación turística y está convencido de que el turismo en la región tiene que crecer porque existe un potencial único: los petroglifos, un bosque petrificado que se encuentra en la propiedad de una familia, la temporada de pesca y el paisaje que rodea la zona.
“La comuna está trabajando para que Las Plumas sea declarada como patrimonio natural e histórico”, comentó Carlos.
LAS PLUMAS
La fecha fundacional de este pueblo es de 1921, pero antes era una zona de paso y dicen los más antiguos que allí los tehuelches hacían sus rituales y usaban plumas de choiques, y de ahí el origen del nombre.
A los viajeros se les hace una sola recomendación: visiten Las Plumas, porque tras la sencillez de su paisaje van a encontrar su gran riqueza: miles de años de historia entre sus rocas.
