“Cada veterano lleva heridas de la guerra que no sanan. Las lleva incorporadas, son cicatrices que no están a la vista porque no se ven, pero van con uno”, dice Roberto Barrientos con los ojos vidriosos producto del recuerdo y lo que significó Malvinas para él.

El ex combatiente de Comodoro admite que es parte de la vida, aquella “que te lleva por un montón de caminos que a veces sorprenden” y reconoce que 41 años después Malvinas sigue estando dentro de ellos; porque “es un sentimiento”. 

Barrientos es suboficial retirado de la Fuerza Aérea y tiene su propia historia con las islas, aquel archipiélago que lo llevó a estar más de 15 días como prisionero de guerra. 

En la actualidad está radicado en Comodoro Rivadavia, la ciudad que eligió para vivir, luego de toda una vida en Buenos Aires, la ciudad donde inició su carrera militar en la Escuela de Suboficiales de la Fuerza Aérea.

Barrientos en Malvinas junto a sus camaradas.

Previo a Malvinas, Barrientos estuvo designado en Neuquén por el conflicto con Chile ante el Canal de Beagle y luego prestó servicios en el Edificio Cóndor y la Compañía de la Policía Militar que funcionaba en Aeroparque. Cuenta que prestaba servicios en esa dependencia cuando lo convocaron de Grupo de Operaciones Especial, unidad a la que había postulado un año antes pero en la cual no lo habían llamado por tener dos muelas cariadas. 

Con orgullo recuerda que cuando lo llamaron ya no estaba en sus planes incorporarse. Su idea era terminar los estudios secundarios. Sin embargo, su jefe le hizo una propuesta imposible de rechazar. 

“Yo me había anotado el año anterior y no llamaron porque tenía dos caries. Y al año siguiente me sacaron el pase porque no se anotó nadie. Yo ya no quería ir, pero mi jefe, el vicecomodoro Esteban Luis Correa, me dijo ‘si usted cumple con los requisitos de la unidad, porque sabemos que usted tiene el curso de paracaidismo militar, yo lo autorizo para que cada vez que esté de turno pueda ir a estudiar’. Yo dije ‘listo, se cumplen las dos cosas que quiero’, así que acepté”.

Así, todos los días, a las seis de la tarde, a Roberto lo liberaban para estudiar en el barrio de Once, luego volvía y hacía turno de imaginaria. Por eso dice que fue a Malvinas desde su pupitre. 

Roberto era parte del Grupo de Operaciones Especiales, la unidad con la que estuvo en Malvinas.

DEL AULA A LA GUERRA

En marzo del 82, Barrientos era cabo Primero, estaba en el GOE y recientemente se había puesto de novio con Gladys, la madre de sus hijas. La chica era compañera de su hermana y la había conocido en el cumpleaños de su sobrino. El flechazo fue inmediato, siempre escuchaba de ella, y cuando la conoció se enamoró. Sin embargo, nunca imaginó que apenas dos semanas después iba a ir a las islas. 

“Nosotros a principio del 82 algo veníamos escuchando, pero faltando 10 días nos confirmaron que había un ejercicio por hacer y en una mesa de arena nos plantearon todo. Cuando nos explicaron en un mapa un compañero mío dijo ‘son las Islas Malvinas y están tomadas por los ingleses’. Ahí nos confirmaron que efectivamente íbamos a entrar en combate porque íbamos a recuperar las islas”.

Roberto había conocido a Gladys el 15 de febrero y un día antes de partir a las islas la vio por última vez en el cumpleaños de su hermana, pero no le pudo decir nada de lo que pasaba. 

“Estábamos prácticamente por embarcar pero no podíamos contar nada de la misión. No me dejaron comentar nada a mi familia, así que a mi novia le dije que me iba una semana en comisión. Me acuerdo que fui a una casa de flores y como faltaba poco para el día de la novia encargué unas rosas para ella. Las recibió cuando ya estaba en Malvinas”.

Barrientos junto a Gladys, previo a ir a Malvinas.

Barrientos formó parte del grupo que llegó a Malvinas por aire el mismo 2 de abril. Mientras en tierra y mar se efectuaba la Operación Rosario, el Hércules que transportaba a su patrulla y a la plana mayor, incluido Luciano Benjamín Menéndez, intentaba aterrizar en las islas. Sin embargo, los esfuerzos eran en vano, la pista estaba bloqueada con todo tipo de vehículos.  

El avión había salido unas horas antes de Comodoro Rivadavia, la ciudad a la que llegaron en un Fokker F28 tras despegar de Palomar, previo salida de Morón. El aterrizaje fue de película. Mientras el avión tocaba pista, ellos desembarcaron en movimiento para darle seguridad a la nave ante el temor de que hubiera francotiradores ingleses en la zona.

Barrientos fue parte de la guarnición que se encargó de brindarle seguridad al aeropuerto ante posibles ataques ingleses. El objetivo no solo era defender los Pucará sino también capacitar a soldados, suboficiales y oficiales para defender un posible ataque por la playa. 

Las primeras dos semanas, cuenta que durmieron en un hangar, pero luego lo tuvieron que dejar ante el posible ataque del enemigo. Así, se tuvieron que replegar a una cantera abandonada, donde cavaron posiciones para estar protegidos.

El pozo de zorro fue su base durante la guerra, el lugar donde se refugiaron del ataque inglés, un hostigamiento que no cesaba de día ni de noche. 

Cuatro décadas después, Roberto admite que el hostigamiento enemigo es lo que más se sufre. “El asedio enemigo es lo que más se sufre. Eran todos los días bombazos, no había un día que no tiraran bombas. Ellos sabían perfectamente a la hora que desayunábamos, la hora que almorzábamos, cuándo merendábamos y cenábamos. Y a esa hora, era cuando más nos atacaban, para hostigarnos, desgastarnos, porque nos mantenían las 24 horas bajo fuego”.

Roberto junto a sus compañeros del GOE.

Para Roberto la guerra fue dura, como para cada uno de los que estuvieron en las islas. Aún tiene en su cabeza los bombardeos, aquellos compañeros que perdieron y también el día que vio de cerca a la muerte, cuando tuvo que ir a levantar un cuerpo y se dio cuenta que era su jefe. Sin embargo, al momento de pensar en lo peor de la guerra no duda: haber sido prisionero dejó una huella que aún recuerda.

“De toda la guerra, para mí lo peor fue el campo de prisioneros, por la incertidumbre, porque no sabía qué iba a pasar con nosotros. Tuvimos diferentes eventos traumáticos, como dicen los profesionales. Yo tuve que ir a buscar el cuerpo de mi jefe de patrulla, obviamente que tengo grabada esa imagen de verlo, pero me martirizó durante muchos años el tema del campo de prisioneros”.

UNA PREGUNTA QUE CAMBIÓ TODO

Barrientos cayó como prisionero en Puerto Argentino, donde entregaron el armamento. Enseguida fueron trasladados a San Carlos y lo llevaron a un granero de ovejas. En ese lugar hicieron noche.

Al otro día, todo estaba listo para embarcar y ser trasladados al continente. Sin embargo, una pregunta cambió su destino. “Cuando estábamos por subir al barco, un inglés le preguntó a un hombre nuestro si éramos paracaidistas. Él le dijo con orgullo que no, que éramos Grupo de Operaciones Especiales, pero eso costó que nos separaran porque el inglés hizo una seña y nos enviaron para otro sector, y empezaron a hacer una selección de hombres que por su profesión tenían importancia en la guerra. Después nos enteramos que era para tener información a través de su inteligencia militar y porque querían armar un grupo grande para exigirle a Argentina el cese de hostilidad”.

Barrientos terminó siendo trasladado en helicóptero a un campo de prisioneros, imagen de la cual nunca se olvidará. “Cuando llegamos la primera imagen que vimos me hizo recordar la Segunda Guerra Mundial. Era el mismo campo de prisionero que las películas, todo alambrado, con una carpita color naranja. Nosotros le decíamos ‘el chiquero’ por el barro que había, pero después nos dimos cuenta que ese era el patio de recreo. Nos sacaban dos horas por día, nos dejaban ahí y  después nos volvían a entrar”. 

Roberto admite que esa imagen no la olvida, porque era el reflejo de la incertidumbre que sentían. El no saber si los iban a matar o trasladar a Isla Ascensión.

Durante 15 días, Barrientos y el resto de los prisioneros estuvieron en ese lugar, hasta que finalmente el gobierno argentino exigió a Naciones Unidas que liberen a los prisioneros. Finalmente, tras otros 15 días en barco, llegaron al continente. Pero el retorno no fue fácil. Primero pasaron por Madryn, Rawson y Comodoro, donde comieron papas fritas, “un sueño en ese momento, algo inexplicable”. Luego llegó Ezeiza y el traslado en micro a la Escuela de Suboficiales donde fueron recibidos por los estudiantes con un cordón de honor, un emocionante momento que nunca olvidarán. 

Así Roberto pudo reencontrarse con Gladys, con quien se casó dos años después. A la distancia aún recuerdan aquellas cartas y comunicaciones radiales que pudo realizar gracias a la posición que ocupaba, y también aquella primera semana en que regresó y rindió las materias que le quedaban de la escuela para no quedar libre.

En su mente aún retumba el chiste que le dijo su profesora de inglés cuando obtuvo la nota más alta de todas las materias que adeudaba: “si sabía que iban a mejorar, los tenía que mandar a todos”.

Roberto admite que ese día su respuesta imaginaria fue rotunda: “no, es algo que no desea a nadie". Cuatro décadas después, lo mantiene.

“Ojalá no hubiera pasado porque no se lo deseo a nadie. La guerra no es buena, nosotros somos profesionales, estamos preparados para eso, pero la experiencia es muy cruda, muy dura. No se lo deseo a nadie. Malvinas para nosotros es un sentimiento muy grande porque dejamos mucho. Yo deje una gran parte mía allá, de mi ser, porque fuimos siendo una persona y volvimos siendo otra. Y volvimos y nos encontramos con un montón de luchas y peleas por todos los veteranos que son difíciles”.

Roberto sabe de lo que habla. Cuando volvió, como suboficial, fue dirigente de veteranos, presidente de un centro de excombatiente en el partido 3 de Febrero y fundador de la Federación de Veteranos de Guerra de la provincia de Buenos Aires. También ayudó a impulsar el programa de Salud, mediante el cual capacitaron a médicos y psicólogos de esa provincia; pero un día dijo “basta” y por su salud decidió apartarse. Así, decidió radicarse en Comodoro y prestar servicios en la IX Brigada Aérea.

“Necesitaba desenchufarme un poco porque estaba cargado de un montón de actividades”, dice al explicar la decisión.

Luego de su regreso de Malvinas, Roberto se dedicó al trabajo dirigencial como veterano, tanto en Buenos Aires, como luego en Comodoro Rivadavia.

Durante sus primeros años en la ciudad, Roberto estuvo alejado de la institucional de Malvinas, pero luego lo volvieron a convocar y durante 12 años fue presidente de la Unión de Ex Combatientes.

En la actualidad, él es titular del Centro Conjunto de Salud de las Fuerzas Armadas para Veteranos de Guerra de Malvinas, delegación Comodoro Rivadavia, una de las dos unidades de este tipo que hay en el país bajo la órbita del Ministerio de Defensa de la Nación. Es que como dice, para ellos “Malvinas es patria, es familia, y los compañeros y los amigos que volvieron, pero también aquellos que quedaron allá en las islas y no tuvieron la suerte de volver”.

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